Mucho nos jugamos en unas elecciones a las que estamos convocados el 9 de junio nada menos que 38 millones de ciudadanos europeos. Nuestra decisión marcará en los próximos años el rumbo de la Unión Europea, una de las zonas más prósperas del mundo, que, tras un pasado de guerras, construyó un proyecto de vida en común en paz. Una región en la que la cooperación ha logrado -con todos los matices y críticas que se precisen- conciliar la libertad económica con el estado social de derecho.
Pero esa Europa, sometida a permanentes e inevitables tensiones, tiene hoy que decidir en varios frentes:
- Entre una gestión más social o más neoliberal de su economía. Es decir, entre la vuelta a las reglas fiscales, relajadas durante la pandemia, o mantener la política flexible que tan buen resultado dio tras la crisis. De momento, se ha reactivado el Pacto de estabilidad, suspendido casi cuatro años por el Covid. Está por ver cómo se aplicará: apretándonos el cinturón sin más, o manteniendo un gasto social importante y apostando por la reconversión ecológica.
- La reconversión ecológica, clara sobre el papel, no será realidad si no se le dedican los medios económicos necesarios y, sobre todo, un cambio de rumbo en las políticas energéticas y en nuestro de modo de vida, además del cumplimiento de los acuerdos asumidos -y escasamente ejecutados- de las Cumbres del Clima. El cambio climático no es una entelequia, es una emergencia y ya vivimos sus efectos: inundaciones, sequías… que afectan, especialmente, a los más pobres. En Europa, el auge de los movimientos ecologistas convive con el negacionismo climático, también al alza; la extrema derecha sube y muchos quieren pactar con ella.
- La gestión de los procesos migratorios. Se puede hacer desde el derecho y la justicia o desde las políticas de cierre de fronteras y exclusión. De momento, se ha optado por lo segundo con el último Pacto. Los inmigrantes que llegan necesitan ser acogidos para rehacer sus vidas, y Europa los necesita por razones económicas y demográficas. Como acaba de recordar el Papa Francisco en su mensaje del Día del migrante, son personas concretas sufrientes, y “un hermano no es un problema global”.
- La guerra de Ucrania, el genocidio de Gaza y tantos otros silenciados en África y Asia, pero en los que el mundo occidental, UE incluida, casi siempre tiene algún papel- va a mostrar también el verdadero rostro de Europa. ¿Podemos defender la paz preparándonos para la guerra? Parece que es lo que estamos haciendo. En la guerra no gana nadie y pierden los de siempre, los más débiles. Presionar para el acuerdo y construir una cultura de la paz -lo que hemos defendido siempre desde estas páginas- parece cada vez más difícil. El aumento del gasto militar incidirá sobre el presupuesto en sentido contrario a los gastos sociales.
Nos jugamos, en definitiva, una Europa que no sea solo mercado, sino espacio de convivencia en paz y de defensa de los valores que la vieron nacer. Las políticas del miedo, alimentadas desde la extrema derecha, impulsan claramente en sentido contrario.
En su reflexión preelectoral, Justicia y Paz nos recuerda a los cristianos que somos guardianes de nuestros hermanos: los migrantes, los desahuciados, las víctimas de todo tipo, las mujeres maltratadas, la infancia pobre y la juventud que vive precariamente. La Acción Católica especializada nos recuerda que la defensa del bien común y no los particularismos es el principio fundamental de la Doctrina Social de la Iglesia. Y que a la amenaza de las fuerzas antidemocráticas, del belicismo y del nacionalismo, hay que oponer el europeísmo, la defensa de la Casa Común y una Europa social justa.
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