Opinión | La discriminación de la mujer en el mercado laboralpor Comunicación ITD |
Clara Fernández-Merino y Tamar Arranz, representantes de Iglesia por el Trabajo Decente. Presidenta de la Juventud Estudiante Católica (JEC) y técnica de Economía Solidaria de Cáritas, respectivamente. Publicado en la revista Ecclesia.
Como cada 8 marzo, desde la Iniciativa Iglesia por el Trabajo Decente, alzamos la voz y el bolígrafo para visibilizar y denunciar la situación de las mujeres en el mercado laboral y las múltiples discriminaciones directas e indirectas de las que son objeto: la imposibilidad de acceder a un empleo o mantenerlo ante la necesidad de cuidar a familiares a su cargo, la diferencia salarial respecto al mismo trabajo que realizan los hombres, el techo de cristal que obstaculiza que puedan alcanzar puestos de responsabilidad, su mayor presencia en los trabajos esenciales sin que ello se traduzca en un salario y condiciones laborales dignas, la falta de reconocimiento social de estos empleos a pesar de ser fundamentales para la sostenibilidad de la vida…. En fin, tantas y tan variadas discriminaciones fruto tanto de la falta de corresponsabilidad efectiva (por parte de los hombres, las empresas y el Estado) como de un sistema patriarcal que aún imposibilita la igualdad real y no pone los medios suficientes para corregir y evitar las desigualdades a las que se enfrentan las mujeres.
Pero este no es un 8 de marzo cualquiera y la pandemia del Covid-19 donde la crisis sanitaria ha desencadenado una fuerte crisis económica y social, ha afectado a las mujeres en diferentes aspectos y muy especialmente en términos de empleo. Según los datos de la EPA, las actividades en las que las mujeres trabajadoras se concentran y tienen una representación mayoritaria, son las que han perdido más empleo. Y por otro lado, en algunas de las actividades que más demanda de trabajadoras han tenido con motivo de la pandemia (como el sector cuidados), se encuentran en situación de mayor vulnerabilidad y más expuestas al contagio1
En este sentido resaltamos la situación en que se encuentran las mujeres empleadas de hogar, en la que, por un lado, muchas no pudieron trabajar durante el periodo de confinamiento que duró meses, y cuyo sector, considerado fundamental, aún no cuenta con prestación por desempleo que pueda protegerlas ante situaciones de despido al igual que al resto de personas trabajadoras, ni, por supuesto ante este tipo de emergencias. Para que pudieran quedar cubiertas y paliar esta situación de absoluta vulnerabilidad, el gobierno estableció un subsidio extraordinario y temporal, el cual no ha cubierto las necesidades de la mayoría de mujeres debido en parte a los trámites administrativos que dificultaban el acceso y al retraso o impago de los mismos, con un desembolso que no ha alcanzado más que al 18,5% de lo presupuestado2, y a que una buena parte de ellas no estaban dadas de alta en la seguridad social, por lo que no tenían derecho a cobrarlo.
Y por otro lado, la crisis alargada en el tiempo también ha provocado una caída muy importante en las contrataciones, que ya se habían visto afectadas desde la subida del SMI, lo que ha supuesto que las familias, no puedan o no quieran hacer frente a las contrataciones, provocando una caída de las afiliaciones a la Seguridad Social (21.365 menos que un año antes), estando hoy en su nivel más bajo desde 20123. Así, las mujeres que trabajan como empleadas de hogar se están enfrentando por un lado a la pérdida de sus empleos, pero también a la necesidad de trabajar menos horas, o las mismas, pero cotizando por menos y como reflejan los datos (la EPA muestra que hay más de medio millón de personas trabajando en Empleo de Hogar, frente a las 381.200 afiliaciones a la Seguridad Social) a pasar a trabajar en la economía sumergida.
Respecto al sector servicios, en muchos lugares, la primera oleada de despidos se concentró especialmente en este sector, destacando la incidencia en la hostelería, y el turismo en general, actividades donde las mujeres cuentan con una presencia mayoritaria (Naciones Unidas, 2020)4.
La industria turística española se ha desplomado a medida que se extendía la pandemia y se tomaban medidas gubernamentales sobre cierres de actividad y confinamiento. Esto ha afectado a su fuerza laboral, mayoritariamente conformada por mujeres. Profesiones como las azafatas de vuelo, las trabajadoras de turoperadores, las camareras de piso y las limpiadoras de los hoteles, los cuales en muchas ocasiones se caracterizan por su precariedad, han sido núcleos de empleo femenino muy afectados por esta pandemia llegando en casos a no poder afrontar sus gastos más básicos.
Este impacto sectorial, se ve acompañado de una reducción de jornadas de muchas trabajadoras, para poder cuidar de sus descendientes que durante los periodos de cuarentena se encontrasen en el hogar, reforzando así los estereotipos de género5.
Otra situación que merece especial atención en estos momentos es a la que se enfrentan las mujeres jóvenes, el paradigma no es más tranquilizador ni el camino más sencillo, ya que se encuentran ante multitud de retos que afrontar. En España, las mujeres jóvenes en particular, son víctimas muy importantes de la actual flexibilidad del mercado laboral, acumulando una doble discriminación, por ser jóvenes y por ser mujeres.
El acceso a un trabajo, tras muchos años dedicados al estudio y a la especialización en un ámbito profesional, parece ser hoy un lujo que pocas jóvenes se pueden permitir. Que el empleo responda, además, al perfil profesional que se deseaba cuando se comienza a estudiar supone, en muchos casos, una quimera. Multitud de sueños estallan ante el panorama desolador de una España que se sitúa como uno de los países de Europa y del mundo con mayor tasa de desempleo juvenil, sumado a esto la caracterización de la mujer en cubrir los empleos peor remunerados y menos valorados socialmente.
¿Dónde encuentran las mujeres jóvenes en el mundo laboral? Pues a pesar de la evolución favorable en términos generales del mercado laboral y luchas por una realidad feminista, continúan sobre-representadas en profesiones “tradicionalmente femeninas” y están infra-representadas en trabajos de responsabilidad; siendo sobre las que todavía recae el peso del trabajo de hogar y de cuidados de las personas dependientes de su entorno, asumiendo, por tanto, una doble carga: laboral y familiar.
La temporalidad es otro de los grandes problemas de la juventud trabajadora, especialmente de las mujeres. La tasa española casi triplica la media europea; como consecuencia, las trabajadoras jóvenes se ven sometidas a una elevada rotación laboral, puesto que los contratos son de duración muy corta y condiciones precarias (Consejo de Juventud de España, 2020). Poniendo en alta dificultad objetivos tan universales como: ser autosuficientes, conseguir una vivienda adecuada, formar un hogar o trabajar de aquello en lo se está especializada.
A pesar de la petición por parte de la sociedad a “remar todos y todas en la misma dirección”, la realidad ha mostrado la brutal pobreza de esta soñada solidaridad. Las decisiones organizacionales, en especial sobre la liquidación de empleos y aumento de la presión hacia la productividad, se han basado en argumentos ante los cuales las trabajadoras han quedado como figurantes sin capacidad de activarse. Esta indefensión ante los acuerdos empresariales y las circunstancias de aislamiento social y confinamiento han impedido a las trabajadoras reclamar sus derechos. Esto, junto a las consecuencias negativas psicológicas, emocionales y económicas asociadas a la pérdida del empleo que han provocado una ruptura brusca de las relaciones individuos-organizaciones.
Estas evidencias que la crisis Covid ha puesto encima de la mesa nos sitúan, con más claridad ante la necesidad de un cambio de modelo, centrado en las personas y el cuidado de la vida. Un modelo que de una vez permita la participación y el desarrollo de las mujeres en el mercado laboral en igualdad de condiciones a los hombres.
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