ACTITUDES
ANTE LA IGLESIA
PEDRO ZABALA, pezabala@ono.com
LOGROÑO.
ECLESALIA, 25/02/19.- La
célebre frase que Cervantes puso en boca de Sancho Panza “con la Iglesia hemos
topado”, sirve muy bien para describir las diversas actitudes que se dan
respecto a la Iglesia católica -mejor dicho, a su jerarquía- en nuestro país
y... aun fuera de él. E incluso dentro de los mismos seguidores de Jesús en la
actualidad.
Están los anticlericales.
No hace mucho, se decía que los españoles se dividían en dos bandos: los que
iban sumisamente detrás de los clérigos con un cirio encendido y los que se
dirigían a su encuentro con garrotes para apalearlos. “Acabar como el rosario
de la aurora” es un dicho popular, parece que nacido de los altercados que se
producían en Valencia entre devotos marianos y blasquistas (grupo político
inspirado en el novelista Blasco Ibáñez).
Hoy siguen existiendo
anticlericales. Quizá no sigan usando el garrote. Aunque no faltan en todo el
mundo templos incendiados y algunos sacerdotes asesinados por el hecho de
serlo. Pero más bien, se usan medios de comunicación y redes sociales para
atacarlos. Algunas veces con razón, (como en los abominables casos de
pederastia, tanto por los hechos en sí, como por su encubrimiento). Y otras sin
ella.
Están también los
antirreligiosos. Su oposición es frontal, en muchos casos a cualquier religión,
pero sobre todo a la católica. En nombre de la ciencia la acusan de
oscurantismo. Y apelando a la autonomía del poder civil, ven en ella un
contrapoder que intenta dominar a la sociedad. O viendo el fanatismo de algunos
facciones religiosas, creen que es un factor de división, de violencias e
incluso de guerras. Dentro de esa mentalidad, hay quienes -ateos fanáticos- no
dudan en intentar proscribirlas, convirtiendo en delito la pertenencia a alguna
de ellas. La mayoría, sin embargo, se contenta con reducirlas al ámbito de las
conciencias, excluyendo su pretensión de incidir en el área pública.
Quizá se está extendiendo hoy
mayoritariamente una tercera postura: el pasotismo de la indiferencia.
Preocupados exclusivamente por su bienestar individual, no se plantean la
cuestión de la trascendencia, ni la existencia de las religiones: las ven como
algo totalmente lejano a su vida.
La pluralidad de posturas se da
también dentro de las Iglesias. En la católica, a la que pertenezco y creo
conocer un poco, se dan los integristas que defienden a capa y espada la
rigidez doctrinal, normativa y litúrgica. En esta corriente, se encuentran los lefebrianos
-si siguen siendo católicos- y los que dudan de la ortodoxia del pastor
Francisco por sus gestos y su tímida apertura. No faltan en sus filas eminentes
purpurados, nombrados por Juan Pablo II. Ponen el derecho canónico y el
catecismo de la Iglesia por encima del Evangelio.
Luego estamos los cristianos
de la periferia, recogedores del espíritu del Concilio Vaticano II, que
intentamos seguir a Jesús y llevar a nuestras vidas y a la sociedad su Mensaje.
Nos duele esta Iglesia de muros cerrados, aferrada al “fuera de la Iglesia no
hay salvación”, a la división entre docentes y discentes, de clérigos sabios y
legos ignorantes. Soñamos con una comunidad de hermanas y hermanos, superadora
de la discriminación secular de la mujer, de una visión deformada de la
sexualidad y de la alianza con el poder político. Creemos en una organización
no piramidal, sino sinodal de comunidades erigidas de abajo arriba, con
ministerios temporales, en función de los diversos carismas existentes en la
misma y de sus necesidades.
Conseguir esta mudanza no es
fácil, exigirá tiempo. ¿Lo tenemos? Una consigna recorre hoy la Iglesia: salir
a las periferias. Algunos ya estábamos. Dentro de las filas de anticlericales y
antirreligiosos hay muchos que antaño fueron miembros sumisos de esa jerarquía.
Al convertirse en adultos se fueron. ¿Les atraerá hoy otra Iglesia, pobre y
débil, que sólo ponga su esperanza en seguir a Jesús y que ofrezca sin
imposiciones su mensaje radical de que los últimos son los preferidos del
Señor?.
El diálogo respetuoso es el único
camino válido. Primero, entre todos los que nos decimos seguidores de Jesús
para restablecer la unidad perdida y acabar con el escándalo de nuestra secular
división. La figura del sucesor de Pedro puede ser, en esa vía, un obstáculo si
se empeña en imponer la uniformidad y el acatamiento, o un cauce de unión si
sostiene la diversidad en la caridad.
Diálogo con las otras religiones,
empezando por las otras monoteístas -Judaísmo e Islam- y con las demás para
trabajar conjuntamente por la paz. Y diálogo con todas las personas de
buena voluntad en defensa de los Derechos Humanos y de la Casa Común que habitamos.
¿No es la hora de la escucha y de
aprender unos de otros?. ¿No debemos aportar la alegría de la esperanza y la
tenacidad en el trabajo por todos los seres vivientes y de las futuras
generaciones? (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de
sus artículos, indicando su procedencia).