El demócrata
J. I. González Faus S.J [La Vanguardia] Acabamos de cumplir 600 años de la obra clásica de Maquiavelo. Si la escribiese hoy ya no la titularía El Príncipe, sino El Demócrata. Al
príncipe se le recomendaba que no busque ser amado sino ser temido por
sus súbditos: porque los humanos son tan cretinos que devoran aquello
que aman, pero respetan aquello que temen. También El Demócrata debe
saber eso, pues la raza humana no ha cambiado mucho. Pero, como las
apariencias sí han mejorado, al Demócrata habría que hoy darle otros
consejos.
1.-
El Demócrata ha de procurar tener bien controlados todos los órganos
decisivos del poder judicial (Tribunal Supremo, Constitucional etc.) de
modo que haya siempre una mayoría a su favor en esas instancias. Así
podrá después hacer sonoras declaraciones de respeto a la independencia
de la justicia.
2.-
El Demócrata debe tener bien controlados al menos una buena parte de
los medios de comunicación. De modo que puedan destilar el mensaje
fundamental de un buen demócrata hodierno, que no es “hacer las cosas
bien”, sino decir y repetir que estamos haciendo bien las cosas. Porque,
en definitiva, aquello que se repite sin parar (sea falso o verdadero) acaba por convertirse en verdad.
(Recordemos si no: “España va bien”, en los momentos en que se iba
inflando la burbuja que luego nos estalló. O “estamos girando al
centro”, en los días en que se afianzaba la extrema derecha y el
renacer de las dos Españas)…
3.-
El Demócrata ha de tener de su parte a todos los poderes económicos del
país. De este modo, entre otras cosas, dispondrá de pingües ayudas en
las campañas electorales y podrá competir en situación ventajosa. Luego a
esos poderes económicos se les reducirán los impuestos: que bastante
gastaron ya financiando las campañas.
4.-
Y muy importante: El Demócrata debe procurar que la educación buena sea
privada y accesible a pocos; y que la educación pública esté mal pagada
y sea más bien regular. Pues unas multitudes bien educadas son siempre
un peligro para la democracia, como ya avisó Ortega y Gasset con aquello
de la rebelión de las masas. Mientras que unas masas con poca formación son perfectamente manejables a la hora de votar. Porque
entre una derecha podrida y una izquierda perdida, ese votante
preferirá siempre la primera en la que se reconoce más, como bien sabía
Berlusconi.
5.-
Algo de eso diría hoy Maquiavelo reencarnado. Me preguntarán si todo
ello no llevará a la oposición a una especie de parálisis mental,
peligrosa para nuestras apariencias democráticas. En el fondo se
pretende eso. Pero el Demócrata sabe también que debe salvar las formas
y cómo hacerlo. Para la oposición se dejan las que antaño llamé “izquierdas de plástico”, aparentes e inauténticas como las flores plastificadas.
Ahí
caben el campo sexual y el anticlericalismo. Por el primero las
izquierdas parecen tener tanta obsesión como nuestros obispos, aunque en
dirección contraria. El Demócrata, según nuestro Maquiavelo
reencarnado, deja a la oposición esas reivindicaciones. Ello le
permitirá presumir de moralidad y ganarse apoyos episcopales, mientras
sabe que si un día gobierna él, tampoco cambiará demasiado lo que había
hecho la oposición en este campo (y si lo intenta puede costarle muy
caro). En el segundo campo entraría denunciar los acuerdos del 79 con el
Vaticano.
Y no es que tenga yo nada contra esas reivindicaciones. Incluso, por muy constitucional que sea, me parece inmoral que las confesiones religiosas no paguen el IBI por edificios no destinados al culto. Y quisiera recordar que la Iglesia católica se declaró en el Vaticano II dispuesta
a “renunciar a ciertos derechos legítimos cuando su uso pueda empañar
la pureza de su testimonio”. Pero ¿es esa denuncia lo urgente hoy? ¿O se
busca sólo que las Cortes la rechacen, tranquilizando la propia
conciencia izquierdosa?
El
Demócrata sabe que esas reivindicaciones son como el Sintrom que
permite que la oposición vuelva a sentir la sangre circulando por sus
venas. Pero que la izquierda ponga en ellas lo más visible de la propia
identidad, como si fueran anteriores al pan para todos, vivienda para todos,
salud y educación para todos o la máxima igualdad posible entre todos,
en momentos en que el estado de bienestar va siendo desmantelando
sigilosamente, descorazona. Así se transigió con una monstruosa reforma
de la Constitución de modo que “el pago de los créditos para satisfacer
los intereses y el capital de la deuda pública gozarán de prioridad
absoluta”. ¡Por delante de derechos personales primarios! ¡Sin que les
temblase la mano y sin consultar al pueblo! Aceptando que el dinero no
existe para servir a los hombres sino que la mayoría de los hombres
deben vivir para servicio del dinero. Anti-izquierda, anticristiano,
inhumano, inmoral… Más importante y más urgente era no transigir en que
los poderes judiciales sean nombrados por el poder político. O reformar
la ley electoral… Pero la oposición se parece a aquellos serenos de La
verbena de la Paloma que, sin saber qué hacer, se decían “vamos a dar
otra vuelta a la manzana”.
El balance es que el gobierno puede bajar sin que la oposición logre subir. Lo que buscaba Maquiavelo.