EL ENAMORAMIENTO DE MUCHOS POLÍTICOS
En la vida es necesario estar enamorado de alguien o de algo. De lo
contrario se pierde el sentido de la vida. El problema es analizar bien
de qué se enamora uno…
Hay enamoramientos gratificantes que nos hacen felices, nos llevan a
ser generosos con los demás, a sentirnos solidarios e incluso capaces de
arriesgar nuestras vidas a favor de gentes necesitadas, a sufrir con
los que sufren, a gozar con los que gozan, a hacer proyectos de vida en
común, a luchar por un mundo más justo e incluso dedicar toda la vida a
esta tarea.
Por el contrario, hay otros enamoramientos que matan, hacen sufrir
mucho, nos llevan por caminos equivocados. Incluso con ellos hacemos
sufrir mucho a los demás hasta arruinar nuestra vida y la de ellos.
Pero sin duda el enamoramiento peor de todos es enamorarse del dinero
hasta el punto de convertirlo en el dios de nuestra vida al que
sacrificamos la honradez, la justicia, el respeto a los demás, la
fidelidad a las personas, las mayores desvergüenzas.
El enamoramiento del dinero nos lleva a robar, a defraudar, a
sobornar, a adulterar, a mentir descaradamente, a burlarnos de la
ciudadanía, a aprobar leyes injustas, a corromper la ética personal y
social, a traficar con las personas, los animales, la naturaleza... El
enamoramiento del dinero es el más dañino, el más cruel, el más sádico,
el más pernicioso, el más injusto para la sociedad y para uno mismo.
Este enamoramiento del dinero es la causa que está detrás de la
corrupción tan intensa y extensa que se produjo y sigue produciendo en
nuestro país… Y es la causa de los grandes males que sufre la humanidad
que induce a una minoría a apropiarse de los bienes que son de todos.
Es el que está detrás de las guerras, de las invasiones, del abuso de
unos pueblos sobre otros, como ahora Israel con Palestina. Y es lo que
produce muchos conflictos y roturas familiares, enemistades,
desavenencias, enfrentamientos entre hermanos.
Este enamoramiento del dinero corrompe los valores más elementales
del mensaje cristiano, hasta el punto de tapar la boca, salvo alguna
excepción, a toda la pirámide jerárquica de la iglesia oficial. Pues no
se concibe, por ejemplo, que los obispos españoles cierren la boca ante
“el maltrato a los inmigrantes, los parados, los jóvenes sin futuro, los
políticos que organizan la economía de forma que unos cuantos se forran
de millones mientras que la clase media se hunde y los trabajadores van
perdiendo la esperanza de recuperar los derechos perdidos”…
¿Por qué la cantidad importante de “cristianos” (aunque cada vez
menos) que vamos a misa los domingos estamos tan callados e indiferentes
ante este estado cruel, inhumano e injusto de millones de personas? La
religiosidad que no está comprometida con los problemas, necesidades,
sufrimientos y aspiraciones de los hombres más empobrecidos y
necesitados no es cristiana por mucho que vaya a misa, comulgue, rece o
haga señales de la cruz.
Solo desde el enamoramiento con los oprimidos del mundo podemos estar enamorados de Dios.
Faustino Vilabrille