DISCURSO DEL PAPA, EN EL SÍNODO
Queridos: Eminencias, Beatitudes, Excelencias, hermanos y hermanas:
Con un corazón lleno de reconocimiento y de gratitud quiero agradecer
junto a ustedes al Señor que nos ha acompañado y nos ha guiado en los
días pasados, con la luz del Espíritu Santo.
Agradezco de corazón a S. E. Card. Lorenzo Baldisseri, Secretario
General del Sínodo, S. E. Mons. Fabio Fabene, Sub-secretario, y con
ellos agradezco al Relator S. E. Card. Peter Erdő y el Secretario
Especial S. E. Mons. Bruno Forte, a los tres Presidentes delegados, los
escritores, los consultores, los traductores, y todos aquellos que han
trabajado con verdadera fidelidad y dedicación total a la Iglesia y sin
descanso: ¡gracias de corazón!
Agradezco igualmente a todos ustedes, queridos Padres Sinodales,
Delegados fraternos, Auditores, Auditoras y Asesores por su
participación activa y fructuosa. Los llevaré en las oraciones, pidiendo
al Señor los recompense con la abundancia de sus dones.
Puedo decir serenamente que -con un espíritu de colegialidad y de
sinodalidad- hemos vivido verdaderamente una experiencia de "sínodo", un
recorrido solidario, un "camino juntos".
Y siendo "un camino" - como todo camino - hubo momentos de corrida
veloz, casi de querer vencer el tiempo y alcanzar rápidamente la meta;
otros momentos de fatiga, casi hasta de querer decir basta; otros
momentos de entusiasmo y de ardor.
Momentos de profunda consolación, escuchando el testimonio de
pastores verdaderos que llevan en el corazón sabiamente, las alegrías y
las lágrimas de sus fieles.
Momentos de gracia y de consuelo, escuchando los testimonios de las
familias que han participado del Sínodo y han compartido con nosotros la
belleza y la alegría de su vida matrimonial.
Un camino donde el más fuerte se ha sentido en el deber de ayudar al
menos fuerte, donde el más experto se ha prestado a servir a los otros,
también a través del debate. Y porque es un camino de hombres, también
hubo momentos de desolación, de tensión y de tentación, de las cuales se
podría mencionar alguna posibilidad:
- La tentación del endurecimiento hostil, esto es el querer cerrarse
dentro de lo escrito (la letra) y no dejarse sorprender por Dios, por el
Dios de las sorpresas (el espíritu); dentro de la ley, dentro de la
certeza de lo que conocemos y no de lo que debemos todavía aprender y
alcanzar. Es la tentación de los celantes, de los escrupulosos, de los
apresurados, de los así llamados "tradicionalistas" y también de los
intelectualistas.
- La tentación del "buenismo" destructivo, que en nombre de una
misericordia engañosa venda las heridas sin primero curarlas y
medicarlas; que trata los síntomas y no las causas y las raíces. Es la
tentación de los "buenistas", de los temerosos y también de los así
llamados "progresistas y liberales".
- La tentacion de transformar la piedra en pan para romper el largo
ayuno, pesado y doloroso y también de transformar el pan en piedra , y
tirarla contra los pecadores, los débiles y los enfermos, de
transformarla en "fardos insoportables".
- La tentación de descender de la cruz, para contentar a la gente, y
no permanecer, para cumplir la voluntad del Padre; de ceder al espíritu
mundano en vez de purificarlo e inclinarlo al Espíritu de Dios.
- La Tentación de descuidar el "depositum fidei", considerándose no
custodios, sino propietarios y patrones, o por otra parte, la tentación
de descuidar la realidad utilizando ¡una lengua minuciosa y un lenguaje
pomposo para decir tantas cosas y no decir nada...
Queridos hermanos y hermanas, las tentaciones no nos deben ni asustar
ni desconcertar, ni mucho menos desanimar, porque ningún discípulo es
más grande que su maestro; por lo tanto si Jesús fue tentado -y además
llamado Belcebú- sus discípulos no deben esperarse un tratamiento mejor.
Personalmente me hubiera preocupado mucho y entristecido si no se
hubieran producido estas tensiones y estas discusiones animadas; este
movimiento de los espíritus, como lo llamaba San Ignacio, si todos
hubieran estado de acuerdo o taciturnos en una falsa y quietista paz. En
cambio he visto y escuchado -con alegría y reconocimiento- discursos e
intervenciones llenos de fe, de celo pastoral y doctrinal, de sabiduría,
de franqueza, de coraje y parresia.
Y he sentido que ha sido puesto delante de sus ojos el bien de la
Iglesia, de las familias y la "suprema lex": la "salus animarum". Y esto
siempre sin poner jamás en discusión la verdad fundamental del
Sacramento del Matrimonio: la indisolubilidad, la unidad, la fidelidad y
la procreatividad, o sea la apertura a la vida.
Esta es la Iglesia, la viña del Señor, la Madre fértil y la Maestra
premurosa, que no tiene miedo de arremangarse las manos para derramar el
olio y el vino sobre las heridas de los hombres; que no mira a la
humanidad desde un castillo de vidrio para juzgar y clasificar a las
personas.
Esta es la Iglesia Una, Santa, Católica y compuesta de pecadores,
necesitados de su misericordia. Esta es la Iglesia, la verdadera esposa
de Cristo, que busca ser fiel a su Esposo y a su doctrina. Es la Iglesia
que no tiene miedo de comer y beber con las prostitutas y los
publicanos. La Iglesia que tiene las puertas abiertas para recibir a los
necesitados, los arrepentidos y ¡no sólo a los justos o aquellos que
creen ser perfectos!
La Iglesia que no se avergüenza del hermano caído y no finge de no
verlo, al contrario, se siente comprometida y obligada a levantarlo y a
animarlo a retomar el camino y lo acompaña hacia el encuentro definitivo
con su Esposo, en la Jerusalén celeste.
¡Esta es la Iglesia, nuestra Madre! Y cuando la Iglesia, en la
variedad de sus carismas, se expresa en comunión, no puede equivocarse:
es la belleza y la fuerza del 'sensus fidei', de aquel sentido
sobrenatural de la fe, que viene dado por el Espíritu Santo para que,
juntos, podamos todos entrar en el corazón del Evangelio y aprender a
seguir a Jesús en nuestra vida, y esto no debe ser visto como motivo de
confusión y malestar.
Tantos comentadores han imaginado ver una Iglesia en litigio donde
una parte está contra la otra, dudando hasta del Espíritu Santo, el
verdadero promotor y garante de la unidad y de la armonía en la Iglesia.
El Espíritu Santo que a lo largo de la historia ha conducido siempre la
barca, a través de sus Ministros, también cuando el mar era contrario y
agitado y los Ministros infieles y pecadores.
Y, como he osado decirles al inicio, era necesario vivir todo esto
con tranquilidad y paz interior también, porque el sínodo se desarrolla
cum Petro et sub Petro, y la presencia del Papa es garantía para todos.
Por lo tanto, la tarea del Papa es aquella de garantizar la unidad de
la Iglesia; es aquella de recordar a los fieles su deber de seguir
fielmente el Evangelio de Cristo; es aquella de recordar a los pastores
que su primer deber es nutrir la grey que el Señor les ha confiado y de
salir a buscar - con paternidad y misericordia y sin falsos miedos - la
oveja perdida.
Su tarea es la de recordar a todos que la autoridad en la Iglesia es
servicio como ha explicado con claridad el Papa Benedicto XVI con
palabras que cito textualmente: "la Iglesia está llamada y se empeña en
ejercitar este tipo de autoridad que es servicio, y la ejercita no a
título propio, sino en el nombre de Jesucristo... A través de los
Pastores de la Iglesia, de hecho, Cristo apacienta a su grey: es Él
quien la guía, la protege, la corrige porque la ama profundamente. Pero
el Señor Jesús, Pastor supremo de nuestras almas, ha querido que el
Colegio Apostólico, hoy los Obispos, en comunión con el Sucesor de Pedro
... participaran en esta misión suya de cuidar al pueblo de Dios, de
ser educadores de la fe, orientando, animando y sosteniendo a la
comunidad cristiana, o como dice el Concilio, "cuidando sobre todo que
cada uno de los fieles sean guiados en el Espíritu santo a vivir según
el Evangelio su propia vocación, a practicar una caridad sincera y
operosa y a ejercitar aquella libertad con la que Cristo nos ha
librado"...
Y a través de nosotros - continua el Papa Benedicto - es que el Señor
llega a las almas, las instruye. las custodia, las guía. San Agustín en
su Comentario al Evangelio de San Juan dice: "Sea por lo tanto un
empeño de amor apacentar la grey del Señor"; esta es la suprema norma de
conducta de los ministros de Dios, un amor incondicional, como aquel
del buen Pastor, lleno de alegría, abierto a todos, atento a los
cercanos y premuroso con los lejanos, delicado con los más débiles, los
pequeños, los simples, los pecadores, para manifestar la infinita
misericordia de Dios con las confortantes de la esperanza"
(Benedicto XVI Audiencia General, miércoles, 26 de mayo de 2010).
Por lo tanto la Iglesia es de Cristo - es su esposa - y todos los
Obispos del Sucesor de Pedro, tienen la tarea y el deber de custodiarla y
de servirla, no como patrones sino como servidores. El Papa en este
contexto no es el señor supremo sino más bien el supremo servidor - "Il
servus servorum Dei"; el garante de la obediencia , de la conformidad de
la Iglesia a la voluntad de Dios, al Evangelio de Cristo y al Tradición
de la Iglesia poniendo de su parte todo arbitrio personal, siendo
también - por voluntad de Cristo mismo - "el Pastor y Doctor supremo de
todos los fieles" y gozando "de la potestad ordinaria que es suprema,
plena, inmediata y universal de la iglesia".
Queridos hermanos y hermanas, ahora todavía tenemos un año para
madurar con verdadero discernimiento espiritual, las ideas propuestas y
encontrar soluciones concretas a las tantas dificultades e innumerables
desafíos que las familias deben afrontar; para dar respuesta a tantos
desánimos que circundan y sofocan a las familias, un año para trabajar
sobre la "Relatio Synodi" que es el reasunto fiel y claro de todo lo que
fue dicho y discutido en esta aula y en los círculos menores.
¡El Señor nos acompañe y nos guie en este recorrido para gloria de su
nombre con la intercesión de la Virgen María y de San José! ¡Y por
favor no se olviden de rezar por mí!
Papa Francisco