divendres, 10 d’octubre del 2014
Carta sense cap virus
Carta abierta a Teresa por una medico intensivista de Madrid
Querida Teresa:
No sé si algún día leerás esta carta, en el mundo digital nunca se
sabe. He decidido escribirte porque, entre todo lo que he leído sobre el
Ébola, me falta algo. Sé muchas cosas sobre ti (que no se deberían
haber publicado), tengo cierta idea de lo que pasó (hay tantas
contradicciones...) pero aún no he encontrado a casi nadie que se
preocupe de lo que verdaderamente importa: tú.
No he visto a nadie ponerse en tu lugar. Yo lo intento y me imagino
tu miedo al ponerte el traje por primera vez, sin casi formación. Me
imagino tu angustia cada vez que te ponías el termómetro. Tu indefensión
cuando, desde salud laboral, quitaban importancia a tu malestar.
Imagino tu intranquilidad pensando que has podido contagiar a otros. Tu
angustia intentando revivir qué pudo salir mal. Tu enfado al ver como tu
"quizá me rocé al quitarme el guante, porque es lo más crítico" se
convierte en un "confiesa que se tocó la cara". Como si hubieras estado
jugando a la ruleta rusa en vez de atendiendo a un paciente de alto
riesgo biológico.
Imagino tu soledad en esa habitación de aislamiento, la pena por tu
perrillo que no has podido compartir con nadie. La rabia cuando veas
cómo los de arriba te abandonan y te convierten en arma política, en
ocasión de conservar o no su poder político.
Me siento muy identificada contigo, porque a mí tampoco me ha
enseñado nadie a ponerme el traje de seguridad. Es más, en mi hospital
no hay monos, solo batas impermeables y mascarillas, que dejan muchas
zonas expuestas. Y las respuestas de los responsables son deplorables.
Me imagino tu indignación al pensar que tu desgraciado contagio ni
siquiera va a servir para que se revisen los protocolos y se mejore la
formación, para proteger a tus compañeros.
No salgo de mi asombro cuando oigo cómo los que te han puesto en
riesgo por la improvisación, por los déficits en gestión, por un
protocolo que reconocen erróneo, por no asegurar que alguien te
supervisara y ayudara a quitar el traje, quieren ahora culpabilizarte y
lavarse las manos. No sé cómo te contagiaste. No sé qué pasó en el
centro de salud y en Urgencias, no sé si tardaste en avisar de tu
contacto con el virus, pero nunca se me ocurrirá juzgarte. Tu nivel de
angustia en ese momento podría haberte llevado a hacer cualquier cosa.
Quizá tenías miedo de que te remitieran de nuevo al Carlos III, a ese
servicio de salud laboral que no te hacía demasiado caso. No lo sé. Solo
sé que te contagiaste haciendo tu trabajo, ese trabajo tan bonito que
tiene un solo nombre: CUIDAR. Que quizá llevaste un poco de consuelo a
los últimos momentos de los misioneros fallecidos. Que debes estar
orgullosa de tu profesión, aunque te haya puesto en riesgo.
Cuídate, Teresa. No hagas caso a todas las tonterías que se han dicho
y que se seguirán diciendo. Cuentas con el apoyo de tus compañeros. Con
el de todos lo sanitarios, que admiramos tu valor al exponerte al
contagio. Confía en los cuidados y la atención de los profesionales, que
son lo mejor de este maltrecho sistema sanitario. Ojalá todo salga
bien. Te esperamos en unos meses para celebrar tu curación, quizá en una
nueva Marea Blanca. Ánimo, Teresa. No estás sola
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