dilluns, 11 de setembre del 2017
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El trabajo visto por el papa Francisco
EL PAPA FRANCISCO: EL TRABAJO SIN LA PERSONA SE VUELVE INHUMANO
Discurso del Papa Francisco en
audiencia a los delegados de la Confederación Italiana del Sindicato de
los Trabajadores (CISL) con motivo de su XVIII Congreso Nacional cuyo
tema es Para la persona, para el trabajo. Aula Pablo VI, 28.06.2017
Os doy la bienvenida con motivo de vuestro congreso, y agradezco al secretario general su presentación.
Habéis elegido un lema muy hermoso para este congreso: Para la persona, para el trabajo.
Persona y trabajo son dos palabras que pueden y deben juntarse. Porque
si pensamos y decimos trabajo sin decir persona, el trabajo termina por
convertirse en algo inhumano que, olvidándose de las personas se olvida y
se pierde a sí mismo. Pero si pensamos en la persona sin el trabajo
decimos algo parcial, incompleto, porque la persona se realiza
plenamente cuando se convierte en trabajador, en trabajadora; porque el
individuo se convierte en persona cuando se abre a los demás, en la vida
social, cuando florece en el trabajo. La persona florece en el trabajo.
El trabajo es la forma más común de cooperación que la humanidad haya
producido en su historia. Cada día, millones de personas cooperan
simplemente trabajando: educando a nuestros hijos, maniobrando equipos
mecánicos, resolviendo asuntos en una oficina… El trabajo es una forma
de amor cívico, no es un amor romántico ni siempre intencional, pero es
un amor verdadero, auténtico, que nos hace vivir y saca adelante el
mundo.
Por supuesto, la persona no es solo trabajo… Tenemos que pensar en la
saludable cultura del ocio, de saber descansar. No es pereza, es una
necesidad humana. Cuando pregunto a un hombre, a una mujer, que tiene
dos, tres hijos: “Pero dígame, ¿Usted juega con sus hijos? ¿Tiene este
“ocio?”- “¡Eh!, sabe, cuando voy al trabajo, todavía están dormidos, y
cuando vuelvo ya están acostados”. Esto es inhumano. Por eso, junto con
el trabajo, hay que tener la otra cultura. Porque la persona no es
solamente trabajo; porque no trabajamos siempre y no siempre tenemos que
trabajar. De niños no se trabaja y no se debe trabajar. No trabajamos
cuando estamos enfermos, no trabajamos cuando somos ancianos. Hay muchas
personas que todavía no trabajan, o que ya no trabajan. Todo esto es
cierto y sabido, pero hay que recordarlo también hoy, cuando en el mundo
todavía hay demasiados niños y chicos que trabajan y no estudian,
mientras el estudio es el único “trabajo” bueno de los niños y de los
jóvenes. Y cuando no siempre y no a todos se les reconoce el derecho a
una jubilación justa -ni demasiado pobre ni demasiado rica-: las
“jubilaciones de oro” son un insulto al trabajo no menos grave que el
de las jubilaciones demasiado pobres, porque vuelven perennes las desigualdades del tiempo del trabajo. O
cuando un trabajador enferma y se le descarta del mundo del trabajo en
nombre de la eficiencia -y, sin embargo, si una persona enferma puede,
dentro de sus límites, trabajar, el trabajo también desempeña una
función terapéutica-: a veces uno se cura trabajando con los demás,
trabajando juntos, para los demás.
Es una sociedad necia y miope la que obliga a las personas mayores a
trabajar demasiado tiempo y a una entera generación de jóvenes a no
trabajar cuando deberían hacerlo para ellos y para todos. Cuando los
jóvenes están fuera del mundo del trabajo, las empresas carecen de
energía, de entusiasmo, de innovación, de alegría de vivir, que son
bienes comunes preciosos que mejoran la vida económica y la felicidad
pública. Es urgente un nuevo contrato social humano, un nuevo contrato
social para el trabajo, que reduzca las horas de trabajo de los que
están en la última temporada laboral para crear puestos de trabajo para
los jóvenes que tienen el derecho y el deber de trabajar. El don del
trabajo es el primer don de los padres y de las madres a los hijos y a
las hijas, es el primer patrimonio de una sociedad. Es la primera dote
con que los ayudamos a despegar hacia el vuelo libre de la vida adulta.
Me gustaría hacer hincapié en dos desafíos trascendentales que el hoy el
movimiento sindical debe afrontar y superar si quiere seguir
desempeñando su papel esencial para el bien común.
El primero es la profecía, y se refiere a la naturaleza misma del
sindicato, a su verdadera vocación. El sindicato es una expresión del
perfil profético de una sociedad. El sindicato nace y renace cada vez
que, como los profetas bíblicos, da voz a los que no la tienen, denuncia
al pobre “vendido por un par de sandalias” (cfr Amós 2, 6),
desenmasca a los poderosos que pisotean los derechos de los trabajadores
más vulnerables, defiende la causa del extranjero, de los último, de
los “descartes”. Como demuestra la gran tradición de la CISL, el
movimiento sindical tiene sus grandes temporadas cuando es profecía.
Pero en nuestras sociedades capitalistas avanzadas el sindicato corre el
peligro de perder esta naturaleza profética y de volverse demasiado
parecido a las instituciones y a los poderes que, en cambio, debería
criticar. El sindicato, con el pasar del tiempo, ha acabado por
parecerse demasiado a la política, o mejor dicho, a los partidos
políticos, a su lenguaje, a su estilo. En cambio, si se olvida de esta
dimensión típica y diferente, también su acción dentro de las empresas
pierde potencia y eficacia. Esta es la profecía.
Segundo desafío: innovación. Los profetas son centinelas, que
vigilan desde su atalaya. También el sindicato tiene que vigilar desde
las murallas de la ciudad del trabajo, como un centinela que mira y
protege a los que están dentro de la ciudad del trabajo, pero que mira y
protege también a los que están fuera de las murallas. El sindicato no
realiza su función esencial de innovación social si vigila solo a los
que están dentro, si solo protege los derechos de las personas que
trabajan o que ya están retiradas. Esto se debe hacer, pero es la mitad
de vuestro trabajo. Vuestra vocación es también proteger los derechos de
quien todavía no los tiene, los excluidos del trabajo que también están
excluidos de los derechos y de la democracia.
El capitalismo de nuestro tiempo no comprende el valor del sindicato,
porque se ha olvidado de la naturaleza social de la economía, de la
empresa. Este es uno de los pecados más graves. Economía de mercado: no.
Digamos economía social de mercado, como enseñaba san Juan Pablo II:
economía social de mercado. La economía se ha olvidado de la naturaleza
social de su vocación, de la naturaleza social de la empresa, de la
vida, de los lazos, de los pactos. Pero tal vez nuestra sociedad no
entiende al sindicato porque no lo ve luchar lo suficiente en los
lugares de los “derechos del todavía no”, en las periferias
existenciales, entre los descartados del trabajo. Pensemos en el 40% de
jóvenes menores de 25 años que no tienen trabajo. Aquí, en Italia. ¡Y
allí es donde tenéis que luchar! Son periferias existenciales. No lo ve
luchar entre los inmigrantes, de los pobres, que están bajo las murallas
de la ciudad; o simplemente no lo entiende por qué a veces –pero pasa
en todas las familias– la corrupción ha entrado en el corazón de algunos
sindicalistas. No os dejéis bloquear por esto. Sé que os se estáis
esforzando ya desde hace tiempo en la dirección justa, sobre todo con
los migrantes, con los jóvenes y con las mujeres. Y lo que os digo
ahora podría parecer superado, pero en el mundo del trabajo la mujer es
todavía de segunda clase. Podriaís decirme: “No, hay esa empresaria, esa
otra…”. Sí, pero la mujer gana menos, se la explota con más facilidad…
Haced algo. Os animo a continuar y, si es posible, a hacer más. Vivir
las periferias puede convertirse en una estrategia de acción, en una
prioridad del sindicato de hoy y de mañana. No hay una buena sociedad
sin un buen sindicato, y no hay un buen sindicato que no renazca todos
los días en las periferias, que no transforme las piedras descartadas
por la economía en piedras angulares. Sindicato es una hermosa palabra
que viene del griego dike, es decir justicia y syn juntos. Es decir, justicia juntos. No hay justicia juntos si no es junto con los excluidos de hoy.
Os agradezco este encuentro, os bendigo, bendigo vuestro trabajo y os
deseo lo mejor para vuestro Congreso y vuestro trabajo diario. Y cuando
nosotros en la Iglesia hacemos una misión , por ejemplo, en una
parroquia el obispo dice: “Hagamos la misión para que toda la parroquia
se convierta, es decir vaya a mejor”. También vosotros “convertíos”: id a
mejor en vuestro trabajo, que sea mejor. ¡Gracias!
Y ahora os pido que recéis por mí, porque yo también tengo que
convertirme en mi trabajo; cada día tengo que ir a mejor para ayudar y
cumplir mi vocación. Rezad por mí y quisiera daros la bendición del
Señor.
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