dimecres, 3 d’octubre del 2018

Per un treball digne i decent

 

Un trabajo digno y decente

El próximo domingo, día 7 de octubre, celebraremos la Jornada Mundial por el Trabajo Digno y Decente. Recuerdo que san Juan Pablo II, el año 2000, pronunció un discurso en la celebración del Jubileo de los Trabajadores en el que hizo una llamada a “globalizar la solidaridad”. Más recientemente, en la instrucción pastoral Iglesia, servidora de los pobres, los obispos recordábamos algunos principios de la Doctrina Social, y señalábamos que el trabajo no ha de convertirse en una especie de castigo, al contrario, ha de ser un camino de realización de la persona, y para eso, “además de satisfacer sus necesidades básicas, ha de ser un trabajo digno y estable. La apuesta por esta clase de trabajo es el empeño social por que todos puedan poner sus capacidades al servicio de los demás. Un empleo digno nos permite desarrollar los propios talentos, nos facilita su encuentro con otros y nos aporta autoestima y reconocimiento social”.
La centralidad de la economía ha de estar ocupada por las personas, no por los beneficios, y además, los beneficios no deben desvincularse de las exigencias éticas; por consiguiente la política económica ha de estar al servicio de la persona y del trabajo digno y decente. En la Instrucción pastoral destacábamos también una realidad que es lógica y obvia, pero que no por ello resulta fácil, al contrario, en la práctica viene a ser enormemente compleja y difícil: “Es imprescindible la colaboración de todos, especialmente de empresarios, sindicatos y políticos, para generar ese empleo digno y estable, y contribuir con él al desarrollo de las personas y de la sociedad. Es una destacada forma de caridad y justicia social”. Se trata de construir una sociedad que ofrezca trabajo a todos, que reparta el trabajo y el beneficio, que propicie la realización de proyectos personales y familiares. Creemos que técnicamente no es tan difícil de alcanzar ese ideal, aunque eso sí, se requieren acuerdos globales en los más altos niveles por parte de las administraciones, los sindicatos y las empresas.
Un Grupo de Entidades de Iglesia por el trabajo digno y decente me ha hecho llegar un manifiesto con motivo de la celebración de este año. Quiero resaltar algunas de las medidas que proponen y que ciertamente están en clara sintonía con la Doctrina Social de la Iglesia y con la Instrucción pastoral a la que he aludido.
Proponen que se implementen políticas activas de ocupación, personalizadas y formativas, y hacerlo sin menosprecio de los subsidios y los seguros de paro, apostando claramente por el trabajo. Reivindican el sueldo mínimo interprofesional al menos de 1.000 €/mes y una reducción de la jornada laboral para que pueden trabajar más personas, pasando de las 40 horas semanales a las 30; de esta manera podrían trabajar 25 millones de personas en lugar de los 19 millones actuales. De paso esto ayudaría a la conciliación laboral tan deseada. Junto a estas medidas unen también la renta garantizada de la ciudadanía para todas las familias que lo necesiten, y que esté acompañada de actividades formativas o culturales.
Asímismo urgen a la erradicación del fraude y la evasión fiscal, para que todas las empresas contribuyan y paguen en el país lo que les corresponde, trabajando al mismo tiempo para la eliminación de los paraísos fiscales en todo el mundo. Un tema también importante es el de la solidaridad con las personas venidas que llegan a nuestro país, garantizando una buena acogida humana y al mismo tiempo toda la ayuda para su plena integración social. Finalmente solicitan el reconocimiento y todo el apoyo a la tarea que realizan tantas entidades del tercer sector social con numerosas iniciativas respecto a la economía social, solidaria y cooperativa.
Que la celebración de la Jornada Mundial por el Trabajo Digno y Decente nos ayude a ser más conscientes de estas realidades y más comprometidos en la búsqueda de soluciones.

+ Josep Àngel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa