LOS INMIGRANTES QUE VIENEN
GABRIEL Mª OTALORA, gabriel.otalora@
BILBAO (VIZCAYA).
ECLESALIA, 12/01/18.- Los
inmigrantes se han convertido en tema de conversación y pasto de
comentarios y sensaciones mayoritariamente negativas; del corazón y sus
miedos habla la boca. Cada vez vienen en mayor número, a pesar de que el
gobierno español no llega ni de lejos a la cuota de acogida que le ha
fijado la UE. Y los católicos no somos ajenos a muchas
descalificaciones.
Es
fácil captar una actitud generalizada de miedo ante la llegada de los
inmigrantes: turismo médico, delincuencia, menores oportunidades de
trabajo para nuestros hijos, falta de integración social, costes
suplementarios en ayudas básicas... y miedo también a la colonización islamista.
Rechazo al diferente, en suma, por lo que pueda perjudicarme, sin
pensar en mayores consideraciones. Pero la realidad no es tan simple ni
tan negativa porque tiene su lado luminoso.
Trabajo.
La mayoría viene a trabajar, con ganas de aportar a la sociedad lo que
en sus países no les deja la miseria o las injusticias estructurales. Los
inmigrantes suelen coger los trabajos que no queremos el resto. Si se
comparan las estadísticas del tipo de ocupación, es evidente que en el
reparto de empleos entre los trabajadores autóctonos y extranjeros, los
inmigrantes copan las tareas no cualificadas.
Legalidad.
Los que huyen de las guerras deberían tener estatus de refugiado según
la Carta de Naciones Unidas que obliga a los Estados a acogerlos. La
Unión Europea comete una injusticia además de una ilegalidad flagrante.
No pueden ser tratados como apestados, como ocurre en las vallas de
Ceuta y Melilla y a espaldas de todos en pleno mar Mediterráneo.
Pero aparte de que no se cumple la ley con los exiliados, (qué
vergüenza el “centro de acogida” de Archidona), basta reflexionar sobre
la cantidad de organizaciones solidarias que existen para atender sus
necesidades más primarias, para entender que el colectivo se caracteriza
porque sus miembros necesitan urgentemente un contexto humanitario
básico como seres humanos que son.
Ayudas públicas.
Las ayudas instauradas en Euskadi las disfrutan foráneos y autóctonos. Y
el fraude en las prestaciones, es mayor en los de casa (Seguridad
Social, IVA, IRPF, autónomos...). Un ejemplo más: a finales
de 2015, los extranjeros empadronados en Euskadi aportaban más ingresos
a las arcas públicas vascas que el gasto que suponen para el sistema de
bienestar social: 631 frente a 593. Y sin la llegada de los
inmigrantes, hubiésemos perdido 50.000 habitantes en los últimos años.
Delitos violentos. Es una realidad que no es exclusiva de los foráneos: un
informe realizado por la Fundación Aspacia alerta de los obstáculos a
los que las mujeres en situación irregular se enfrentan a la hora de
denunciar una agresión sexual, como son el miedo a ser expulsadas y la
desatención sanitaria. Mujeres sin tarjeta sanitaria que no tienen nada y
que son presa fácil para las mafias. Hay estudios que demuestran que no
hay una correlación causal entre migración y criminalidad. Como ha
denunciado la Cruz Roja, en algunos conjuntos de datos sobre
criminalidad se mezclan delitos con simples faltas administrativas como
carecer de documentación o entrada al país de manera irregular.
Tratamiento informativo. Cualquier noticia negativa de este colectivo, tiene una repercusión exponencialmente peor que la de uno de los nuestros.
Problema político.
Algunos opinan que se les dé ayuda en sus países de origen y así no
tendrían que emigrar. No es precisamente lo que hemos hecho los
refinados europeos con el colonialismo, ni seguimos haciendo al
disminuirles la ayuda a la cooperación internacional cuando más la
necesitan. Fuimos a sus países a robarles de mala manera sus recursos
naturales y ahora que el mundo está como está, con tantos millones de
desplazados huyendo de la miseria y la guerra, se encuentran con las
puertas del bienestar cerradas o con muchas dificultades para
traspasarlas. Lo peor es que el problema alcanza unas magnitudes
colosales.
No
son pocos los que quisieran volver a sus países en el momento en que la
situación que motivó su salida desapareciese. No vienen por gusto. Si
han dejado todo -su casa, su familia-, y ponen en riesgo su vida y la de
sus hijos, lo hacen porque el resto de opciones han estrepitosamente.
Qué son las 600.000 peticiones de asilo en Europa si se comparan con los 60
millones desplazados internos en Asia y África. El caso de Líbano es
tremendo: 1.200.000 refugiados a los que añadir medio millón de
palestinos, en una población que tiene unos cuatro millones de
habitantes. Es como si a España llegasen 12 millones de refugiados.
Efecto llamada.
Lo de justificar el endurecimiento de normas y fronteras para evitar el
"efecto llamada", se desmonta recordando que a las personas
desesperadas no les las puede parar ni con vallas, ni con riesgo mortal
para sus vidas, ni con la militarización de las fronteras. Lo curioso es
que el comisario europeo de Asuntos Económicos, Pierre Moscovici, dijo
que la llegada de tres millones de inmigrantes no sería un caos para la
UE; por el contrario, es un factor que elevaría el PIB de la economía
europea.
Europa perderá su identidad y su cultura cristiana. Muchos
piensan como el ultraderechista húngaro Viktor Orbán, cuando alerta de
que podemos ser minoría en nuestro propio continente ante el riesgo de
llegada masiva de refugiados musulmanes. La decadencia no nos deja ver
que los pretendidos valores están desvalorizados hace tiempo, la ética
expulsada de las aulas y la religión cristiana puesta en cuestión sine
die, además del poco ejemplo de quienes nos decimos creyentes. Lo
fundamental es preservar los valores de tolerancia, de respeto por la
diversidad, de solidaridad, que es lo que nos va a propiciar las
actitudes necesarias ante los retos a los que nos tendremos que
enfrentar pronto. Discursos intolerantes como los de Orbán son la mejor
propaganda para que grupos radicales capten a más gente.
Saturan la sanidad pública, que no la financian. Como
explica Amnistía Internacional, el impacto fiscal de la inmigración en
España, arroja un resultado positivo que representa medio punto del PIB,
es decir, más de 5.000 millones de euros. En otras palabras, las
personas migrantes obtienen menos de lo que aportan, y disfrutan de
menos beneficios sociales que los autóctonos. En cuanto a la
financiación, desde 1999 la Sanidad se paga a través de impuestos
indirectos, como el IVA o el IRPF, y no mediante las cotizaciones a la
Seguridad Social. Por lo tanto, los migrantes que consumen y pagan este
tipo de impuestos, contribuyen a financiar los servicios sanitarios.
Acabo
con una realidad que no puede soslayarse: no nos olvidemos que el
exilio sigue siendo exilio aun estando en la ciudad más bonita del
mundo (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus
artículos, indicando su procedencia).
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