El País, 16 07 12
Tras dos décadas de fondos europeos, España no ha
construido un modelo productivo. El problema es la falta de dinamismo de
nuestra economía y no la ausencia de estímulo, que apenas generaría crecimiento
Ángel Pascual-Ramsay*. 16/07/2012 00:34
Europa no
salvará a España. Ni puede ni debe. Pero sí que ayudará, si asumimos nuestra
responsabilidad de modernizar el país. De hacerlo depende no sólo el futuro de
España sino incluso la supervivencia del proyecto europeo. La falta de
perspectivas de crecimiento de las economías del sur, y especialmente España,
está haciendo dudar a la Europa del norte de la viabilidad del euro. Si
mostramos que España puede crecer, con verdaderas reformas y no solo brutales
recortes, daremos a nuestros socios europeos la confianza que necesitan para
apostar por una mayor integración fiscal y económica, y ayudaremos a Europa a
salvarse a sí misma. Hoy Europa es el problema y España (puede ser) la
solución.
Pero, lejos
de responder al reto, el país parece empeñado en buscar culpables externos.
Nada bueno vendrá de esta actitud. España no funciona bien, la responsabilidad
es nuestra y en el fondo lo sabemos. Urge asumir la gravedad de la situación y
la necesidad de afrontarla colectivamente. Un primer paso es desmontar varios
mitos exculpatorios que dominan hoy la conversación pública española:
- § La culpa es de Merkel y de Alemania. Falso. La postura de Alemania es racional y razonable. Se le está pidiendo a un país que tiene grabado a fuego por su historia el peligro de la laxitud fiscal que ponga el dinero para financiar un proyecto que piensan, con razón, puede ser un cubo sin fundo y acabar quebrándoles a ellos también. Pedimos disparar con pólvora alemana. Y Merkel, presionada por su preocupada opinión pública, lógicamente se niega. Antes quiere garantías de que las economías del sur pueden repagar sus deudas y la UE es económicamente viable.
- § El problema es el BCE. No. La negativa del BCE a comprar deuda española y la incapacidad de España para acceder a los mercados es un problema acuciante, pero no el de fondo, que es nuestra falta de potencial de crecimiento. La prima de riesgo es síntoma, no causa del problema. Si el BCE comprara masivamente nuestra deuda o actuara como prestamista de última instancia, el paciente España seguiría enfermo. Y una mayor rebaja de tipos de interés apenas tendría impacto, pues en una recesión de endeudamiento la prioridad es reducir deudas, no obtener crédito barato para inversión o consumo. En el Reino Unido el Banco de Inglaterra hace lo que se pide al BCE pero el país sigue en deflación.
- § Los responsables son la UE y su política de austeridad. Es cierto que la UE sigue inexplicablemente colonizada por una política económica neoliberal que la crisis ha desacreditado y que las desastrosas políticas de reducción del déficit, que toda evidencia empírica muestra son suicidas en una recesión de endeudamiento como la que vivimos, nos están llevando a una tercera recaída económica. Pero nada de lo que le estamos pidiendo a Europa nos sacaría de nuestro agujero particular. El problema es la falta de dinamismo de nuestra estructura económica y no la falta de estímulo, que, aunque sí evitaría que las cosas fueran a peor, apenas generaría crecimiento, como vimos con el Plan E.
- § El origen del problema es el mal diseño institucional de la UE. Sólo a medias. Efectivamente, hay desequilibrios entre regiones y no existen mecanismos de ajuste e instituciones que los gestionen. Pero transferencias de la UE no subsanarían el problema de base: tras dos décadas de fondos de cohesión y estructurales, España no ha construido un modelo productivo dinámico que produzca crecimiento y empleo de calidad.
- § España no va tan mal; en las crisis siempre cunde el desanimo. España va mal, y negarlo es tan irresponsable como contraproducente. Nos hemos contado una historia de país rico, innovador y dinámico que no es cierta. Nuestra economía es poco competitiva, está concentrada en sectores de baja productividad y las empresas no invierten lo suficiente en I+D y formación. No tenemos recursos naturales ni ventajas competitivas en sectores de alto crecimiento y empleo. Muchos mercados están protegidos de verdadera competencia por un ancestral corporativismo. Nos enfrentamos al siglo XXI con estructuras del siglo XX e incluso del XIX.
- § Es culpa de los políticos y su falta de liderazgo. Los principales responsables son sin duda los políticos e igual o más la élite empresarial y financiera, que ha llevado al país al borde de la quiebra. Pero no son sino reflejo de una dejación de responsabilidad colectiva. Como dijo Ortega en su España Invertebrada, cuando las masas dicen que no hay líderes, es que no hay masas. Demasiados corruptos han sido legitimados con mayorías absolutas. Demasiados españoles exigen servicios sociales pero piden pagar sin IVA.
Todo lo
anterior es por supuesto matizable. Alemania podría estar jugando un papel más
útil y el BCE debería actuar como prestamista de última instancia. Pero lo
cortés no quita lo valiente. La principal causa de nuestro actual predicamento
es la falta de ambición reformista durante los últimos quince años (aquel
‘España va bien’ suena hoy a irresponsable complacencia). Superarlo pasa por
tomar conciencia del inmenso reto al que nos enfrentamos y acometer este
verdadero proyecto de regeneración nacional. Basta ya de echar la culpa a
Europa.
Y es que
España afronta un reto histórico. El mundo está experimentando un cambio
sísmico por la eclosión de las economías emergentes. Tres quintos de la
población mundial se están incorporando al sistema económico global. Con
ingentes reservas de mano de obra barata, y cada vez más innovación (China ya
produce más patentes que EE UU y más ingenieros que el todo occidente junto),
van a generar una dislocación económica como el mundo no ha visto en siglos.
España no
tiene mimbres para competir en este entorno tan competitivo. O se reforma o
languidecerá. El país necesita un verdadero shock de modernidad; no sólo
recortes sociales o cambios en los márgenes, sino auténticas reformas que
dinamicen el país y desmantelen intereses creados. Hay que desmontar el mito de
que las reformas son necesariamente sinónimo de sacrificio. Las verdaderas
reformas estructurales rompen privilegios y benefician a la mayoría. La
fiscalidad progresiva y la creación del estado del bienestar son buenos
ejemplos. El equivalente en la España de hoy deben ser reformas que
democraticen la innovación; que den acceso a los instrumentos que permiten
innovar a una base mucho mayor de ciudadanos y empresas, y liberen así todo el
potencial creativo del país.
Debemos para
ello liberalizar la economía, rompiendo el corporativismo que la tiene
atenazada, y que resulta en un mercantilismo plutocrático dominado por
las grandes empresas, en connivencia con los poderes públicos y en detrimento
de la mayoría de empresas y emprendedores. Debemos reformar la Administración,
para acabar con el corporativismo conservador del alto funcionariato y
su práctica monopolización de la vida política. Y debemos construir una
sociedad civil pujante y más cívica, que vigile a sus líderes y alumbre una
cultura fiscal más responsable que haga viables los servicios sociales que
demandamos.
Pero nada de
esto será posible si se arrastra a España a un ajuste demasiado rápido
socialmente inviable con imposibles exigencias de austeridad. La única solución
pasa por pedir a la UE un gran pacto por el que demos garantías de reforma y
crecimiento cediendo aún más soberanía en política económica, a cambio de
financiación del BCE y mayor flexibilidad en el ajuste fiscal, pues las
reformas no generan crecimiento a corto plazo. Necesitamos espacio para el
estímulo y para implementar políticas de crecimiento, empezando por una nueva
política industrial.
Ante todo y
sobre todo, debemos sustituir la cada vez más preocupante culpabilización
de Europa por empatía y diálogo; entender las razones de nuestros socios, que
las tienen, y explicar las nuestras, que también las tenemos; y superar la
dinámica acusatoria y nacionalista que tan desastrosa ha sido para Europa en el
pasado y que tan peligrosamente parecemos estar repitiendo.
*Angel Pascual-Ramsay
Nació en Madrid en 1973. Titulado de ICADE, Cambridge
y Harvard, ha trabajado en los sectores público y privado. Entre 2008 y 2011
fue asesor de tendencias económicas y geopolíticas globales del Departamento de
Análisis y Estudios del Gabinete de la Presidencia del Gobierno. En la
actualidad es Director of Global Risks del ESADEgeo-Center for Global Economy
and Geopolitics. Es autor de varias publicaciones de política económica e
internacional.
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