Trabajo decente: “Esta economía necesita la indecencia para prosperar”
José Luis Palacios es redactor jefe de Noticias Obreras, una revista editada por la Hermandad Obrera de Acción Católica (HOAC) seriamente comprometida con el mundo laboral, con denunciar injusticias en este ámbito y promover condiciones dignas respetuosas con los derechos de las personas. Estos tiempos de precariado son una excelente ocasión para hablar con él de algo muy repetido en sus páginas: el trabajo decente.
Las cifras del paro menguan, pero seguís reivindicando trabajo decente. ¿El empleo que se está creando es indecente?
Es verdad que está aumentando la contratación indefinida y que Gobierno, empresarios y sindicatos dicen ahora que quieren acabar con la temporalidad en el empleo y extender la cultura de la estabilidad en las relaciones laborales, lo que es un paso en la buena dirección, como lo es también el aumento del salario mínimo interprofesional.
Pero, a la vez, aumenta el empleo a tiempo parcial, el indefinido discontinuo, y sigue habiendo muchas zonas grises, mucha economía sumergida y mucho paro de larga de duración… Las leyes llegan hasta donde llegan, regulan las relaciones laborales dentro de un modelo de economía concreto, de un tipo de sociedad en general y de un determinado equilibrio de fuerzas coyuntural.
¿Cuáles son las causas de que las condiciones de trabajo no sean dignas?
Se suele apelar a nuestro modelo económico, a la cultura empresarial y a la debilidad de las organizaciones sindicales, por ejemplo. Se habla de la construcción y del turismo, de la obsesión por rebajar los costes laborales y la falta de inversión en educación o tecnología. Este modelo productivo es de sobra conocido, pero parece que no hay manera de cambiar esto. La precariedad y la incertidumbre son herramientas de control social muy poderosas. Vivimos para pagar la siguiente factura, creemos que merecemos la buena o mala suerte que tenemos y nos despreocupamos de quienes están peor. El hueso más difícil de roer es este tinglado que legitima la explotación de las personas, la extracción infinita de los recursos naturales y el mercadeo hasta con las cosas más sagradas de la vida.
¿A quiénes beneficia?
Si creemos a Warren Buffett, los de su clase van ganando la lucha que parecía haberse superado. Es cierto que las grandes fortunas cada vez son más “afortunadas” y que las grandes corporaciones son cada vez más gigantescas. Lo preocupante es que su capacidad de influencia y de penetración no encuentra frenos éticos ni democráticos. Nos parece bien abrir y mantener negocios que aportan muy poco y que solo son viables si se permiten condiciones de trabajo indignas. Aspiramos a comprar barato y vender caro, a pesar de que sabemos que nuestra ganancia es la pérdida de otra persona. Hemos normalizado el sálvese quien pueda y el que venga detrás que arreé.
Aspiramos a comprar barato y vender caro, a pesar de que sabemos que nuestra ganancia es la pérdida de otra persona
La desigualdad es un peligro real con consecuencias muy graves. La respuesta a la incertidumbre parece inclinarse por el autoritarismo identitario que representan Trump, Putin, Bolsonaro, Le Pen, Vox… Utilizan el odio para llegar a los pisos más altos de la opulencia y los privilegios. Me temo que va perdiendo la economía real, la empresa orientada a sus clientes, respetuosa con los trabajadores y vinculada a su comunidad y el sentido último y radical del trabajo que humaniza y dignifica a la persona.
¿Qué queréis decir cuando decís “trabajo decente”?
Todo lo que hay detrás del tipo de empleo que los padres desean para sus hijos, con los que sueñan los y las jóvenes para su futuro. Un trabajo decente es también el tipo de ocupación que permite a la persona desarrollarse en plenitud y contribuir al avance de la sociedad. Indudablemente, ha de poder llevarse a cabo en unas condiciones materiales mínimas y justas, por las que siempre habrá que seguir luchando, sin duda, pero también es necesario preguntarse si favorece o perjudica a la comunidad y al entorno.
Un trabajo decente es también el tipo de ocupación que permite a la persona desarrollarse en plenitud y contribuir al avance de la sociedad
¿Quienes sufren en mayor medida la indecencia laboral?
Nos hemos acostumbrado a escuchar que si no nos gusta el empleo que nos ofrecen, hay miles de personas esperando para aceptarlo. Eso es el ejército de reserva de empleo del que se hablaba el movimiento obrero. La pérdida de derechos y la rebaja de condiciones será imparable mientras haya personas empujadas a aceptar lo que le ofrezcan y un sistema dentro del cual todo vale con tal de mantener el negocio. No habrá trabajo decente para todos y todas, en cualquier lugar y para cualquier etapa vital, en una economía que no solo tolera la indecencia, sino que la necesita para prosperar.
¿Hay sectores especialmente indecentes?
Hay personas, partes de la población mundial, gente a nuestro lado, condenadas a vivir sometidas, encadenadas a subsidios “graciosamente” repartidos o a trabajos que nos les permiten salir de la pobreza. No hay una lista definida y exhaustiva, pero sí hay algunas realidades que claman al cielo y merecerían mayor atención, como la situación de los temporeros y temporeras, las trabajadoras domésticas y todos aquellos empleos de cuidados, las camareras de piso de hotel, los repartidores, los trabajadores y trabajadoras de plataformas digitales, el personal de las subcontratas, los falsos autónomos y hasta los interinos de las administraciones públicas.
Lo que tantos esfuerzos costó identificar como un trabajo aceptable está disminuyendo en favor de lo que se ha llamado “trabajo atípico”, esas modalidades más propias de la economía sumergida que van imponiéndose también en esos nuevos sectores de la economía ávidos de recurrir a las viejas prácticas. No es casualidad que sean sectores con presencia mayoritaria de inmigrantes, mujeres y jóvenes.
Hay algunas realidades que claman al cielo como la situación de los temporeros, las trabajadoras domésticas y de cuidados, las camareras de piso de hotel, los repartidores…
El manifiesto del 1º de mayo de este año de la HOAC se titula “Sin compromiso no hay trabajo decente”. ¿Quién tiene que comprometerse?
El trabajo decente es una expresión afortunada porque no necesita mucha explicación, pero corre el riesgo de convertirse en un concepto vacío. Es uno de los objetivos de Naciones Unidas marcados en la Agenda 2030 y en los Objetivos del Desarrollo Sostenible. Es también una aspiración que la Iglesia ha hecho suya y que ha generado la iniciativa Iglesia por el Trabajo Decente. Suena bien en cualquier declaración oficial, pero no avanzaremos si no pasamos de las palabras a los hechos. Conviene hacerse preguntas. ¿Es de recibo que una empresa que maltrata a sus trabajadores reciba la adjudicación de un servicio público? ¿No debería extrañar que un colegio católico ofrezca empleo precario? ¿No son manifiestamente mejorables las condiciones de trabajo que imponemos a las personas que cuidan de nuestros mayores? Como consumidores, ¿podemos hacer algo más que ir en busca de la última ganga?
Comprometerse significa, primero, exigir que cada ámbito asuma su parte, sabiendo que hay diferentes grados de responsabilidad y de capacidad de actuación. Pero todas las personas estamos llamadas a asumir nuestra parte. Los pequeños gestos tienen impacto en un ámbito pequeño, pero es que también son muy importantes en el marco general, porque sirven de contraste y de faro para orientarse.
¿Puedes citar algunos avances en trabajo decente logrados por compromisos colectivos?
Ha habido luchas muy significativas porque han logrado mejoras tangibles. Las trabajadoras de la limpieza del Museo Guggenheim en Bilbao, tras 285 días de huelga, consiguieron una importante subida salarial, el fin de los contratos parciales y reducir la brecha salarial. La huelga del metal en Cádiz sirvió para firmar un nuevo convenio. Otros avances han venido del diálogo social y de la negociación colectiva. Pero es que empezar a organizarse, como en su día hicieron las kellys o están haciendo ahora las trabajadoras de la atención a domicilio, es ya un logro en sí mismo, porque generan músculo comunitario. Tampoco es despreciable el empeño de las cooperativas y de las empresas de la economía social que van ganando peso.
Font: Revista Alandar