Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Os doy la bienvenida y doy las gracias al presidente por sus corteses palabras. Hace cincuenta años vuestro Movimiento movía los primeros pasos bajo la bendición del Papa san Pablo VI; y hoy habéis venido a compartir conmigo este momento de gratitud. Gracias por el bien sembrado en estos años de vida. Gracias por el compromiso con el que os habéis puesto al servicio de la sociedad italiana a través de las actividades de formación, los círculos, el patronato, la atención al mundo del trabajo en las varias facetas y el servicio civil.
Los cincuenta años son también un tiempo para mirar con realismo a la propia historia, hecha de tantas gratuidades y también de fatigas en el testimonio cristiano. Es importante no abandonarse a formas auto celebrativas, sino reconocer la acción del Espíritu Santo entre los pliegues de vuestra historia, no tanto en los sucesos llamativos, sino más bien en los humildes y cotidianos. Este aniversario podría ayudaros a caminar en dos direcciones: una obra de purificación y una nueva siembra. Ambas: purificar y sembrar.
La purificación siempre es necesaria, siempre, para todos nosotros y en todas las experiencias humanas. Somos pecadores y necesitamos la misericordia como el aire que respiramos. La disponibilidad a la conversión, a dejarse purificar, a cambiar vida, a cambiar estilo, es signo de valentía, de fuerza, no de debilidad; la terquedad es signo de debilidad. Se trata de acoger la novedad del Espíritu sin poner obstáculos: permitir que los jóvenes encuentren espacio, que el espíritu de gratuidad sea custodiado y compartido, que no se pierda la iniciativa de los inicios prefiriendo decisiones tranquilizadoras que no ayudan a vivir las novedades de los tiempos. Sois un movimiento nacido a raíz del Vaticano II y podéis narrar la fecundidad de esa época eclesial y social. Os animo a reencontrar el impulso de los inicios, bien visible en el entusiasmo con el que vivís el vínculo eclesial en vuestras zonas y en la gratuidad del servicio a las exigencias de los trabajadores. El Concilio nos ha llamado a leer los signos de los tiempos —y sobre todo nos ha dado el ejemplo—; por eso, conscientes de los cambios sociales, podéis preguntaros: ¿cómo ser fieles al servicio de los trabajadores hoy? ¿Cómo vivir el esfuerzo de conversión ecológica y de pacificación? ¿Cómo animar la sociedad italiana en el campo económico, político, laboral, contribuyendo a discernir con los criterios de la ecología integral y de la fraternidad?
Estos son los motivos de una nueva siembra que os espera. Mientras se celebra, se mira adelante. De hecho, esto no es solo tiempo de recoger frutos: es también tiempo de sembrar nuevamente. Nos lo impone la época difícil que estamos viviendo. La pandemia y la guerra han hecho el clima social más oscuro y pesimista. Esto os llama a ser sembradores de esperanza. Empezando por vosotros mismos, por vuestro tejido asociativo: que vuestras puertas estén siempre abiertas; que los jóvenes se sientan no solo huéspedes, sino protagonistas, con su capacidad de imaginar una sociedad diferente.
Quisiera proponeros también un compromiso específico sobre el tema del trabajo. Sois movimiento de trabajadores, y podéis contribuir a llevar sus preocupaciones dentro de la comunidad cristiana. Es importante que los trabajadores estén como en casa en las parroquias, en las asociaciones, en los grupos y en los movimientos; que sus problemas sean tomados en serio; que su petición de solidaridad pueda ser acogida. De hecho, el trabajo atraviesa una fase de transformación que debe ser acompañada. Las desigualdades sociales, las formas de esclavitud y de explotación, las pobrezas familiares a causa de la falta de trabajo o de un trabajo mal retribuido son realidades que deben encontrar escucha en nuestros ambientes eclesiales. Son formas más o menos de explotación: llamemos a las cosas por su nombre. Os exhorto a tener la mente y el corazón abiertos a los trabajadores, sobre todo si son pobres e indefensos; a dar voz a quien no tiene voz; a no preocuparos tanto por vuestros inscritos, sino a ser levadura en el tejido social del país, levadura de justicia y de solidaridad.
De la parábola evangélica de los obreros llamados a las diferentes horas del día (cfr. Mt 20,1-16) aprendemos que cada época de la historia, como cada hora del día, es tiempo propicio para dar la propia contribución y tratar de ofrecer una respuesta. Nadie debe sentirse excluido del trabajo. Que no falte vuestro compromiso para promover el trabajo femenino, para favorecer el acceso de los jóvenes al trabajo, con contratos dignos y no de hambre, para salvaguardar tiempos y espacios de respiro para la familia, para el voluntariado y para el cuidado de las relaciones. Por favor, ¡rechazad toda forma de exploración!
Sé que hacéis referencia a la doctrina social de la Iglesia: os exhorto a seguir haciéndolo y, si es posible, siempre mejor. Los principios de solidaridad y subsidiaridad, correctamente conjugados, están en la base de una sociedad que incluye, no descarta a nadie y favorece la participación. Sin la subsidiaridad no hay verdadera solidaridad, porque se corre el riesgo de no dar voz a las capacidades, a los talentos que florecen en los cuerpos intermedios. Las familias, las cooperativas, las empresas, las asociaciones son el tejido vivo de la sociedad. Darles espacio y voz significa liberar energías para que el bien común sea fruto del empeño y de la solidaridad entre todos.
La Encíclica Fratelli tutti recuerda que «gracias a Dios tantas agrupaciones y organizaciones de la sociedad civil ayudan a paliar las debilidades de la Comunidad internacional, su falta de coordinación en situaciones complejas, su falta de atención frente a derechos humanos fundamentales y a situaciones muy críticas de algunos grupos. Así adquiere una expresión concreta el principio de subsidiariedad, que garantiza la participación y la acción de las comunidades y organizaciones de menor rango, las que complementan la acción del Estado» (n. 175). Esta tercera guerra mundial en curso nos hace conscientes de que la renovación nace desde abajo, donde si viven las relaciones con solidaridad y confianza. No nos dejemos robar la valentía de nuevos inicios de reconciliación y de fraternidad.
Queridos amigos, os doy las gracias por haber venido a celebrar vuestro medio siglo de actividad. Que san José os inspire siempre a vivir el trabajo con fe y con pasión. De corazón os bendigo a todos vosotros y a vuestras familias. ¡Os deseo feliz Navidad! Y por favor, no os olvidéis de rezar por mí. ¡Gracias!
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