KOLDO ALDAI AGIRRETXE, koldo@portaldorado.
ARTAZA (NAVARRA).
ECLESALIA,
28/01/19.- Eran los albores de la Primera Gran Conflagración mundial.
Europa comenzaba a desangrase como nunca hasta entonces. La sangre la
ponían los campesinos y obreros de unas y otras naciones, los
asalariados que padecían similares abusos en uno y otro bando, aquellos
proletarios que comenzaban a soñar más allá de sus propias y limitadoras
fronteras.
Quién
sino ella, en medio de la furia patriótica germana, tuvo el valor de
gritar firmando su sentencia de prisión primero, de muerte después. "No
subáis a esos trenes…”.“Los soldados franceses son vuestros hermanos..."
clamaba Rosa Luxemburgo a los soldados alemanes que partían a aquellas
horribles trincheras de la Gran Guerra. Hace cien años esta líder
espartaquista fue ejecutada junto su amigo y también líder, Karl
Liebknecht. Después de haber sido encarcelada y torturada, pagó con su
propia vida el precio de la utopía.
Ha
hecho falta un siglo entero para recoger las flores que ella mereció,
para detener los vagones que ella pidió vaciar. Perdimos las batallas,
pero nos quedan los héroes, sobre todo las heroínas. Haciéndolas
presentes ya estamos ganando, no contra nadie, estamos ganando contra el
olvido, estamos triunfando frente a la injusticia, la inhumanidad y la
insolidaridad.
Tal
como describen sus biógrafos, su donación al ideal fue absoluta. Se
entregó por entero a la emancipación de los últimos. Sin embargo, no
quiso consentir que el socialismo progresara a costa de otro ideal que
le antecede, la libertad. Por eso le resultó ya tan incómoda al pujante
Lenin, por eso Stalin nunca la incluyó en su iconografía, por eso ha
permanecido siempre en nuestros corazones. Su revolución era altruista,
no bolchevique. En los tiempos de las revanchas y los asaltos a los
Palacios de Invierno, ella se apresuró a proclamar: “La venganza es un
placer que dura solo un día, la generosidad es un sentimiento que te
puede hacer feliz eternamente…”
No
busco su final. Cuando la nueva ola revolucionaria de Enero de 1919
ella no estaba por la labor. Rusia estaba al lado, pero en Alemania no
se daban las condiciones. Otros se precipitaron, calcularon mal, pero
fueron su rostro y el Liebknecht los de los culatazos mortales del 15 de
Enero. Ahí se congeló el recuerdo sin mácula ninguna. Ahí dejó alto
como nadie el listón de la ética revolucionaria: “No debemos olvidar que
no se hace la historia sin grandeza de espíritu, sin una elevada moral,
sin gestos nobles…” La izquierda radical es la que organiza ahora los
homenajes, pero la Rosa era un poco de todos/as, de cuantos creemos que
nuestro mundo está urgido del “rayo de bondad” que ella representaba y
al que en sus discursos aludía.
A
la vista de la deriva, a veces terrible, que han tomado algunas
revoluciones sociales, uno llega a temer que los espartaquistas hubieran
triunfado en aquel u otro invierno, que Rosa Luxemburgo hubiera
desembarcado en los despachos del poder. Las banderas rojas se reúnen en
su homenaje, ¿pero quien previno del peligro de la dictadura
bolchevique, sería hoy hoz y martillo? En el centenario de su muerte una
revolución particular y partidista no podrá llevársela de la mano,
reclamar la sola herencia de esta mujer por encima de todo humana y
universal.
La
meta era el camino y la barbarie nunca supo que entronizó a esa mujer
valiente en las crónicas más luminosas de la historia. Antimilitarista,
socialista, feminista..., fue más allá de todos los "istas". Los "istas"
no dejan de empequeñecernos y ella era grande sobre todo en generosidad
y arrojo. Sencillamente llevaba la entera humanidad en lo más profundo
de su corazón. Rosa Luxemburgo vive en nuestro presente de más paz,
justicia y solidaridad. En el centenario de su asesinato resucita con
especial fuerza. En realidad era un imposible. ¿Cómo va a morir quien se
entrega por entero al progreso de la humanidad, quién da su vida por
los más altos ideales? ¡Siempre gracias! (Eclesalia Informativo autoriza
y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).
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