ENCUENTRO LABORAL DEL PAPA FRANCISCO EN LA ACERERÍA ITALIANA
DE ILVA (GÉNOVA)
27 de mayo de 2017
Quien despide y deslocaliza
para tener más ganancias no es un buen empresario, es más no es un empresario
sino un especulador. Lo dijo Francisco durante su primer discurso en Génova, en
un padellón de la acerería italiana Ilva. Los empleados en la actualidad son
1550 (hasta hace algunos años eran más de 3000), y cuatrocientos de ellos
reciben salarios recortados. El desafío que el sector de la siderurgia debe
afrontar es el de mantener y conquistar nuevas cuotas de mercado, pero tratando
de que la producción de acero sea compatible con el medio ambiente. En este
ámbito se están obteniendo algunos resultados. La clausura de uno de los
mayores hornos ha permitido que la producción sea sostenible desde el punto de
vista ambiental. Pero se necesitan más inversiones para completar la fase de
limpieza de la estructura.
El empresario Ferdinando Garrè, del Distrito
Reparaciones Navales, le pidió al Papa una palabra «que nos consuele y nos
anime frente a los obstáculos con los que nos topamos nosotros los empresarios
todos los días».
Papa Francisco:
Bienvenidos a todos. Es la primera vez
que vengo a Génova, y estar tan cerca del puerto me recuerda de dónde salió mi
papá, y esto me emociona, una gran emoción. Gracias por su acogida. Yo conocía
las preguntas y he escrito algunas ideas para responder y también, con la pluma
en la mano, para tomar alguna cosa que se me ocurra en el momento para
responder. Pero estas preguntas sobre el mundo del trabajo, quise pensarlas
bien, para responder bien, porque hoy el trabajo está en peligro. Es un mundo
en el que el trabajo no se considera con la dignidad que tiene y que da. Por
esto, responderé con las cosas en las que he pensado, algunas que voy a decir en
un momento. Hago una premisa una premisa. La premisa es: ¡el mundo del trabajo
es una prioridad humana! Y, por lo tanto, es una prioridad cristiana, una
prioridad nuestra, y también una prioridad del Papa, porque está en ese primer
mandamiento que Dios dio a Adán («Ve, haz que crezca la tierra, trabaja la
tierra, domínala»). Siempre ha existido una amistad entre la Iglesia y el
trabajo, a partir de Jesús, trabajador, en donde hay un trabajador ahí está el
interés y el amor del Señor y de la Iglesia. Creo que es claro. Es muy bella
esta pregunta que viene de un empresario, de un ingeniero; en su manera de
hablar de la empresa surgen las típicas virtudes del empresario. Como esta
pregunta la hace un empresario, hablaremos de ellos. La creatividad, el amor por
la propia empresa la pasión y el orgullo por la obra de las manos suyas y de
los trabajadores, el empresario es una figura fundamental de una buena
economía. No hay buena economía sin buenos empresarios. Sin su capacidad de
crear, crear trabajo, crear productos, en sus palabras se siente también el
afecto por la ciudad. Y se entiende esto. Por su economía, por la calidad de
las personas, de los trabajadores y también por el ambiente, el mar. Es
importante reconocer la virtud de los trabajadores y de las trabajadoras . Su
necesidad de trabajadores y trabajadoras de hacer el trabajo bien, porque hay
que hacerlo bien. A veces se piensa que uno trabaja bien solo porque se le
paga. Esta es una grave desestimación del trabajo y del trabajador. Porque
niega la dignidad del trabajo, que comienza justamente con trabajar bien, por
dignidad, por honor. El verdadero empresario, trataré de trazar el perfil del
buen empresario: conoce a sus trabajadores, porque trabaja a su lado, con
ellos, no nos olvidemos de que el empresario debe ser antes que nada un
trabajador. Si él no tiene esta experiencia de la dignidad del trabajo, ¡no
será un buen empresario! Comparte las fatigas de los trabajadores y comparte
las alegrías del trabajo,de resolver juntos problemas, de crear algo juntos.
Cuando debe despedir a alguien es siempre una decisión dolorosa y no lo haría
si pudiera. Ningún buen empresario ama despedir a su gente. No. Quien piense
resolver el problema de su empresa despidiendo gente, no es un buen empresario,
es un comerciante. Hoy vende a su gente, mañana vende la dignidad propia. Sufre
siempre y a veces de este sufrimiento nacen nuevas ideas para evitar el
despido. Este es el buen empresario. Yo me acuerdo... hace un año, un poco
menos, en la Misa de Santa Marta, a las 7 de la mañana (a la salida yo saludo a
la gente que está ahí), y se acercó un hombre que lloraba: «Vine a pedirle una
gracia, yo estoy al límite y tengo que hacer una declaración de bancarrota y
esto significaría despedir a unos 60 trabajadores, y no quiero, porque siento
que me despido a mí mismo». Y ese hombre lloraba, ese es un buen empresario.
Luchaba y rezaba por su gente, porque era suya, “mi familia”, ¿no? Se unieron.
Una enfermedad de la economía es la progresiva transformación de los
empresarios en especuladores. El empresario no debe ser confundido con el
especulador, son dos tipos diferentes. El especulador es una figura semejante a
la que Jesús en el evangelio llama mercenario para contraponerlo al buen
pastor. No ama su empresa, a sus trabajadores, sino que los ve solo como medios
para obtener ganancias usa la empresa y a los trabajadores para obtener
ganancias. Despedir, cerrar, mover la empresa no les crean ningún problema,
porque el especulador usa intrumentaliza, come personas y medios por sus
objetivos de ganancia. Cuando la economía está habitada, en cambio, por buenos
empresarios, las empresas son amigas de la gente y también de los pobres.
Cuando pasa a las manos de los especuladores, todo se arruina, con él pierde
rostro y pierde los rostros, es una economía sin rostros. Una economía
abstracta. Detrás de las decisiones del especulador no hay personas, y entonces
no se ven las personas que hay que despedir, que recortar, cuando la economía
pierde el contacto con los rostros de las personas concretas se convierte en
una economía sin rostro y por lo tanto en una economía despiadada.
Hay que temer a los especuladores
no a los empresarios. Hay muchos buenos. Hay que temer a los especuladores,
pero, paradójicamente, el sistema político parece animar a los que especulan
sopre el trabajo y no a quienes invierten en el trabajo ¿Por qué? Porque crea
burocracia y controles partiendo de la hipótesis de que los creadores de la
economía son espelculadores y los que no lo son no tienen ventajas. Se sabe que
reglamentos y leyes pensados para los deshonestos acaban penalizando a los
honestos. Y hoy hay muchos verdaderos empresarios, honestos que aman a sus
trabajadores, a la empresa que trabajan a su lado para sacar adelante la
empresa, y estos son los más golpeados por estas políticas que favorecen a los
especuladores. Pero los empresarios honestos y virtuosos salen adelante a pesar
de todo. Me gusta citar una bella frase de Luidi Einaudi, economista y
Presidente de la República Italiana. Escribió: «Miles, millones de individuos
producen y trabajan y ahorran, a pesar de todo lo que nosotros podamos inventar
para molestarlos, obstaculizarlos, desanimarlos. Es la vocación natural que los
impulsa; no solo la sed de dinero. El gusto, el orgullo de ver a la propia
empresa prosperar, adquirir crédito, constituyen un resorte de progreso tan
potente como las ganancias. Si no fuera así, no se explicaría cómo existen
empresarios que en la propia empresa prodigan todas sus energías e invierten
todos sus capitales para tener utilidades a menudo mucho más modestas de las
que podrían segura y cómodamente tener con otros usos». Le agradezco por lo que
usted dijo, porque usted es un representante de estos empresarios, y estén
atentos, ustedes empresarios, y también los trabajadores, cuidado con los
especuladores, y también con las reglas y con las leyes que al final favorecen
a los especuladores y no a los verdaderos empresarios y al final dejan a la
gente sin trabajo.
Micaela, representante sindical, habló sobre la nueva
frontera tecnológica y sobre el temor de que, en lugar de crear nuevos empleos,
pueda crear precariedad y malestar social: «Hoy –dijo– la verdadera revolución
sería precisamente la de transformar la palabra “trabajo” en una forma concreta
de rescate social».
Papa Francisco:
Me viene a la mente un juego de palabras: tú acabaste con “rescate social”, y
yo diría “chantaje social” (el juego de palabras es con los vocablos italianos
“riscatto” y “ricatto”, ndr.). Lo que ahora digo es una cosa real, que sucedió
hace un año en Italia. Había una cola de gente desempleada para encontrar
trabajo, un trabajo interesante, de oficina. La chica que me lo contó, una
chica culta, hablaba algunas lenguas (que era importante para ese puesto)… Le dijeron:
«Sí, pero serán entre 10 y 11 horas al día». Ella dijo que sí, inmediatamente,
porque lo necesitaba: «Empezamos con 800 euros al mes». Y ella dijo: «¿Solo 800
euros por 11 horas?». Y el especulador: «Señorita, vea usted la cola; si no le
gusta, váyase». Este no es un rescate, ¡este es un chantaje! El trabajo en
negro: otra persona me contó que trabajó se septiembre a junio. Y luego lo
despidieron en junio y lo volvieron a contratar en septiembre. Y así se juega,
el trabajo en negro. El diálogo en los lugares de trabajo no son menos
importantes de los que se hacen en las parroquias o en las solemnes salas de
congresos, los lugares de la Iglesia son los lugares de la vida. Alguno podría
decir: «¡Qué viene a decirnos este cura, que se vaya a su parroquia!». No,
todos somos el pueblo de Dios. Muchos de los encuentros entre Dios y los
hombres sobre los que nos hablan la Biblia y los Evangelios se dieron mientras
las personas trabajaban. Los primeros discípulos de Jesús eran pescadores y
fueron llamados justamente mientras estaban trabajando a orillas del lago. La
falta de trabajo es mucho más que no tener una fuente de ingresos para poder
vivir. El trabajo también es esto, pero es mucho más: trabajando nos volvemos
más persona, nuestra humanidad florece, la Doctrina social de la Iglesia
siempre ha visto el trabajo como participación en la creación que continúa
gracias a las manos, a la mente y al corazón de los trabajadores. Sobre la
tierra hay pocas alegrías más grandes que las que experimentamos trabajando.
Así como hay pocos dolores más grandes de cuando el trabajo aplasta, humilla,
mata. El trabajo es amigo del hombre y el hombre es amigo del trabajo. Con el
trabajo, los hombres y las mujeres son ungidos de dignidad.
Alrededor del trabajo se
edifica todo el pacto social; cuando no se trabaja, se trabaja mal o poco es la
democracia la que entra en crisis, todo el pacto social entra en crisis. Y
también es este el sentido del primer artículo de la Constitución italiana:
«Italia es una república fundada sobre el trabajo». ¡Podemos decir que quitarle
el trabajo a la gente o explotar a la gente con trabajo indigno o mal pagado es
anticonstitucional, según este artículo! Si no estuviera fundada sobre el
trabajo, la República italiana no sería una democracia, porque el lugar del
trabajo siempre lo han ocupado los privilegios, las castas, las ganancias. Hay
que ver las transformaciones tecnológicas y no resignarse a la ideología que
imagina un mundo en el que tal vez la mitad o dos terceras partes de los trabajadores
trabajen y los demás sean mantenidos con un pago social. Debe quedar claro que
el objetivo social que hay que alcanzar no es el rédito para todos, sino el
trabajo para todos. Porque sin trabajo para todos no habrá dignidad para todos.
El trabajo de hoy y de mañana serán diferentes, tal vez muy diferentes,
pensemos en la revolución industrial. Habrá una revolución, ¡pero tendrá que
ser trabajo, no pensión! ¡No pensionados; trabajo! Uno se jubila a la edad
justa, es un acto de justicia, pero es contra la dignidad de las personas
jubilarlas a 35-40 años, con un pago del Estado. ¡Y te las arreglas! ¿Tengo qué
comer? Sí. ¿Tengo dignidad? No, porque no tengo trabajo. Sin el trabajo no se
puede sobrevivir, porque para vivir se necesita el trabajo y la decisión es
entre sobrevivir y vivir. Y se necesita trabajo para todos, para los jóvenes.
¿Ustedes saben el porcentaje de jóvenes de 25 años para abajo sin empleo en
Italia? No lo diré, busquen las estadísticas. Pero esta es una hipoteca del
futuro, porque estos jóvenes crecen sin dignidad, porque no están unidos por el
trabajo, que da dignidad. Es el núcleo de la cuestión. Un pago estatal,
mensual, con el que saques adelante a la familia, no resuelve el problema. El
problema debe ser resuelto con el trabajo para todos.
Al final, Victoria, una desempelada, le explicó al
Papa que los desempelados sienten que las instituciones «no solo están lejos»,
sino que son «madrastras» más ocupadas «en un asistencialismo pasivo que en
crear las condiciones que favorecen el trabajo… ¿En dónde podemos encontrar la
fuerza para no tirar nunca la toalla?».
Papa Francisco:
Precisamente así, quien pierde el trabajo y no logra encontrar otro siente que
pierde la dignidad. Como los que se ven obligados a aceptar trabajos malos y
equivocados. Todavía existen trabajos malos y equivocados en el tráfico de
armas, en la pornografía, en los juegos de azar y en todas las empresas que no
respetan ni a los trabajadores ni el medio ambiente, como los que reciben mucho
dinero para que el trabajo ocupe toda la vida, sin horarios. Una paradoja de
nuestras sociedades es la presencia de una cuota de personas que quisieran
trabajar pero no pueden, o los otros que quisieran trabajar menos, pero no lo
logran porque han sido comprados por las empresas. El trabajo se convierte en
un hermano cuando a su lado está la fiesta, el tiempo libre. Sin esto, solo se
vuelve trabajo esclavizante, aunque esté muy bien pagado. En las familias en
las que hay desempleados nunca hay un domingo verdadero, porque falta el
trabajo del lunes. Para celebrar la fiesta es necesario poder celebrar el
trabajo, van de la mano, uno marca el tiempo del otro. El consumo es un ídolo
de nuestro tiempo, es el consumo el centro de nuestra sociedad y después el
placer. Hoy existen los nuevos templos abiertos 24 horas, que prometen la
salvación, puntos de puro consumo y de puro placer. El trabajo es fatiga, es
sudor, cuando una sociedad hedonista ve y quiere solo el consumo, no comprende
el valor de la fatiga ni del sudor, no comprende el trabajo. Todas las
idolatrías son experiencias de puro consumo. Sin volver a encontrar una cultura
que estima la fatiga y el sudor, no volveremos a encontrar una nueva relación
con el trabajo y seguiremos soñando el consumo del puro placer. El trabajo es
el centro de todo pacto social, no un medio para poder consumir. Entre el
trabajo y el consumo hay muchas cosas, importantes y bellas: libertad, honor,
dignidad, derechos de todos. Si malbaratamos el trabajo al consumo, también
malbarataremos estas palabras hermanas.
Muchas de las oraciones más
bellas de nuestros padres y abuelos eran oraciones del trabajo, recitadas
antes, durante y después del trabajo. El trabajo está presente todos los días,
en la eucaristía cuyos dones son fruto de la tierra y del trabajo del hombre.
Los campos, el mar, las fábricas, siempre han sido altares desde los que se han
elevado oraciones bellas y puras, que Dios ha reunido y recibido, recitadas,
pero también dichas con las manos, con el sudor, con la fatiga del trabajo de
los que no sabían rezar con la boca. Dios acogió todas estas, y sigue
acogiéndolas también hoy. Por ello, quisiera concluir con una oración: el ven
Espíritu Santo: «Mándanos un rayo de luz, ven, Padre de los pobres, de los
trabajadores y de las trabajadoras».
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