Ricos precarios
Bernardo Pérez Andreo. Nunca
antes había habido una civilización que idolatrara a los ricos en tanto
clase social e individuos concretos como la sociedad actual. En las
civilizaciones anteriores encontramos que la riqueza en las élites es
una consecuencia de su valor, nobleza, inteligencia o, simplemente
destino: los dioses los han tocado para gobernar y poseer las riquezas.
Sin embargo, no se idolatra la riqueza en sí, sino que se respeta la
posición. Ser rico era una consecuencia, no la causa de la posición
social. En la sociedad moderna, desde el siglo XV, comienza a venerarse
la riqueza por sí misma y a los ricos por serlo, no por las dotes
personales, las capacidades demostradas o los valores que transmiten.
Todo esto, dotes, capacidades o valores, es secundario. Una vez que son
ricos llega la legitimación de esa posición por aquello que poseen como
personas o que supuestamente ofrecen a la sociedad, cosas como puestos
de trabajo, invención de cachivaches tecnológicos o creaciones
artísticas sublimes, por poner unos ejemplos. La maquinaria de legitimación social de la riqueza acumulada por los ricos funciona a la perfección,
de tal modo que se ha creado como una nueva nobleza, no a partir de las
victorias en el campo de batalla o las proezas sociales obtenidas, sino
desde la mera y simple posesión de riquezas, ya sean estas obtenidas
con el esfuerzo propio, ya por el robo y la extorsión o bien por la pura
y nuda suerte.
Una de las causas de este cambio en la percepción social de las
riquezas y los ricos hay que buscarla, al decir de Peter Brown, en San
Agustín, quien habría modificado la posición cristiana frente a los
ricos, pasando del radical “es más fácil que entre un camello por el ojo
de una aguja…” a una visión más utilitarista de la riqueza: la riqueza
se legitima en función del uso. Sin embargo, la posición de la Iglesia
no se vio alterada a lo largo de la Alta Edad Media. La postura de
Santos Padres como Ambrosio, Basilio, Gregorio de Nisa o el
sobresaliente Juan Crisóstomo (el rico es ladrón o hijo de ladrón) será
la norma en la consideración de la riqueza acumulada en algunos, que
siempre es fruto de la injusticia y que no puede ser legitimada desde
ningún punto de vista. Es el advenimiento del incipiente capitalismo en
los siglos de la Reforma
el momento crucial para este cambio. Juan Calvino dará las claves para
una valoración positiva de las riquezas y de los ricos. Dios, en su
infinita sabiduría, habría predestinado a unos a la condenación y a
otros a la salvación. El hombre no puede saber si ha sido predestinado a
lo uno o a lo otro, pero existen signos externos que pueden indicarlo,
uno de ellos es la riqueza. Si te haces rico es porque Dios te ha
predestinado a la salvación. Ser rico es el signo visible de la
salvación; ser pobre, por tanto, lo es de condenación. Como dijera Max
Weber, el protestantismo está en la base del espíritu del capitalismo.
Sea cual fuere la base de esta percepción moderna de los ricos, lo
cierto es que ayer y hoy, la riqueza es algo absolutamente precario,
aunque resulte paradójico. La riqueza de los ricos debe ser reproducida
cada día y protegida para que no se pierda. Esto lo han sabido siempre,
por eso han creado estructuras e instituciones que protejan su riqueza.
Generalmente, los estados o gobiernos han servido a este fin, junto con
las leyes y, en parte, las religiones. Sin embargo, la llegada de la
democracia moderna y de la era de las revoluciones, puso en peligro la
existencia de los ricos como clase social. Mediante la toma del poder
por parte de fuerzas revolucionarias se puede, legalmente, eliminar la
riqueza acumulada por unos cuantos, de modo que desaparecen los ricos. O
bien, un gobierno democrático, como el de Roosevelt tras el crack de
1929, puede imponer una política keynesiana de eutanasia de los
rentistas y aplicar impuestos a la riqueza del ochenta y nueve por
ciento. Esto también acaba con los ricos. Por último, los estados
modernos del bienestar en Europa se gestaron gracias al pacto entre
capitalistas y trabajadores para que estos no hicieran la revolución a
cambio de un reparto de la riqueza de aquellos. Todo esto lleva a
apuntalar la tesis de la precariedad de la riqueza y, por tanto, del
riesgo de los ricos, siempre temerosos de perder todo. Para acabar con
el temor, los ricos idearon lo que conocemos como globalización y
sistema neoliberal.
Efectivamente, la globalización neoliberal es el instrumento
para poner a salvo la riqueza acumulada, a salvo de los impuestos,
mediante elusiones fiscales y otros subterfugios que acumulan riquezas en los mal llamados paraísos fiscales;
a salvo de la envidia de la sociedad, seduciendo al legislador para que
proteja los bienes raíces; a salvo de las veleidades populistas,
creando una red de tratados internacionales de obligado cumplimiento
para los países que protegen las inversiones y los capitales. Porque la
riqueza está siempre en precario, no se puede sostener por sí misma,
requiere de amplios instrumentos sociales que la protejan, necesita de
una enorme violencia para su cuidado, violencia institucional y
violencia legal. No otra cosa criticaban los profetas de la Biblia
cuando arremetían contra los ricos por oprimir al pobre y comprar los
tribunales de justicia, por conculcar el derecho y festejar a lo grande
mientras su riqueza se obtiene del sufrimiento del pueblo del Señor. El
mismo papa Francisco ha insistido en que el dogma neoliberal de que la
riqueza acumulada genera riqueza por “derrame” hacia abajo es falso:
“esta opinión, que jamás ha sido confirmada por los hechos, expresa una
confianza burda e ingenua en la bondad de quienes detentan el poder
económico y en los mecanismo sacralizados del sistema económico
imperante” (Evangelii Gaudium, n. 54).
En la sociedad actual, como siempre lo fue, el verdadero precariado
está en los ricos. Lo saben y actúan en consecuencia. Lo terrible es que
solo ellos saben que están en precario, el resto de la sociedad cree
que son los fuertes, los que mandan, los que se pueden permitir una vida
de lujo, mientras una mayoría vive en la ilusión de la riqueza, en el
sueño de la fortuna. Unos viven en el lujo, otros en el anhelo del lujo.
Todos sostenemos esta situación.
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